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Cristina Losada

El hombre que no sabía nada del CNI

La debilidad, la prosternación y el servilismo son parte de un síndrome que presentan muchos dirigentes cuando se relacionan con el independentismo catalán.

La debilidad, la prosternación y el servilismo son parte de un síndrome que presentan muchos dirigentes cuando se relacionan con el independentismo catalán.
Gabriel Rufián pasa delante de Pedro Sánchez y una sonriente Yolanda Díaz en una sesión parlamentaria. | EFE

El presidente del Gobierno ha armado un relato sobre el CNI del que se extraen algunas conclusiones sorprendentes. Su afirmación de que el Gobierno "no conoce ni decide" sobre las decisiones operativas de los servicios de inteligencia, aunque deliberadamente imprecisa, quería significar que la vigilancia a líderes separatistas y su entorno se hizo sin su conocimiento. Es el "yo no sabía nada", refugio habitual de los que quieren zafarse. Nadie pensaba que el presidente fuera el hombre que sabía demasiado, pero no acaba de cuadrar que sea el único jefe de Gobierno que ignora qué hacen sus servicios de inteligencia y que reconoce su ignorancia.

Si alguien le cree, bendito sea. Está complicado porque, al mismo tiempo que negaba saberlo, dijo que le parecía justificado mantener bajo vigilancia a los separatistas. La razón es que había una "crisis" que generó "preocupación por la seguridad nacional". Muy cierto. Pero entonces extraña que no se preocupara de averiguar si los servicios de inteligencia estaban llevando a cabo la vigilancia. No quedó muy claro a qué crisis se refería, si al golpe separatista de 2017 o a alguno de sus violentos estertores. En cualquier caso, queda ahí la paradoja: había que vigilarlos, pero no pidió al CNI que lo hiciera ni preguntó si lo estaba haciendo.

El presidente habría ganado puntos reconociendo que sabía que se investigaba a los separatistas y que era una actuación legal, justificada por la amenaza que representan para la seguridad y la integridad territorial. Hasta podía haber exhibido liderazgo diciendo que él, personalmente, ordenó aquello. Es lo que hace un líder. Sánchez prefiere esconderse detrás de las faldas del CNI por miedo a que Aragonès y Rufián se enfaden más y le llamen cosas. Porque, ¿qué más le van a hacer? ¿Quitarle algún juguete? Por la cuenta que les trae, no van a tumbar al Gobierno.

La actitud de Sánchez frente a sus aliados incómodos, que son todos –los primeros, sus socios de coalición–, se ha manifestado lo suficiente como para hablar de patrón de conducta. Lo que acaba por hacer siempre, en vez de mostrar fortaleza ante amenazas que probablemente no lleguen a nada, es enseñar su debilidad. Cuanta más capacidad adquiere para utilizar el poder de manera furtiva, más incapaz es de usarlo de forma abierta. Podría hacerlo, y sin correr ningún riesgo extraordinario. Pero la debilidad, la prosternación y el servilismo son parte de un síndrome que presentan muchos dirigentes políticos cuando se relacionan con el independentismo catalán. Pasa en la derecha y pasa en la izquierda. En el PSOE lo sufren en grado severo desde los tiempos de ZP. Ahora se ve que no tiene remedio.

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