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EDITORIAL

Irene Montero y la apología de la pederastia

Irene Montero no debería continuar ni un minuto al frente de las responsabilidades que le encomendó el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

La ministra de Igualdad, Irene Montero, ha declarado literalmente que los menores "pueden tener relaciones sexuales con quien les de la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento". Semejante aberración es motivo más que suficiente para exigir la dimisión de la ministra, que no ha rectificado ni atribuido a un lapsus sus palabras. La pederastia es un delito especialmente grave y las palabras de Montero son una apología sin matices de tal barbaridad. Los niños tienen derecho a conocer su propio cuerpo, como también dice la ministra, pero más derecho aún tienen a no ser vejados, violados, maltratados, sometidos a prácticas sexuales o a una "educación" sexual que no es más que la pura y dura sexualización de la infancia.

La educación sexual que propugna la ministra de Igualdad es el volcado en los cerebros y los cuerpos de los menores de las obsesiones y conflictos no resueltos de unos dirigentes políticos y "activistas" que actúan con pavoroso y delictivo desprecio por los auténticos derechos de la infancia, entre ellos el de no ser víctimas de abusos sexuales patrocinados y fomentados por una ideología siniestra, el de no ser conducidos como rebaños al matadero para adoptar decisiones para las que no están en absoluto facultados. La mera sugerencia de que los menores pueden mantener relaciones sexuales con adultos si dicen que sí expresa de manera descarnada el amparo, justificación y protección de la pederastia. La indefensión de la infancia es absoluta, descarnada, brutal.

Irene Montero no debería de continuar ni un minuto más al frente de las responsabilidades que le encomendó el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Sus manifestaciones le incapacitan para el ejercicio de cualquier cargo, si es que no son constitutivas además de un delito. Sin embargo, no es previsible que Montero cese. Su pronunciamiento es la destilación de esa ideología que monta actividades sexuales en las que niñas y niños son forzados a poner un condón con la boca en un palo a la vista de los transeúntes, como sucedió en un municipio catalán gobernado por ERC, mientras las autoridades locales ponderan el valor "pedagógico" de que menores en colaboración con adultos simulen posturas del Kamasutra. O que corran semidesnudos en una carrera patrocinada al alimón por un ayuntamiento, una diputación y una tienda de productos eróticos.

El último despropósito en la materia es el "taller de travestismo" dirigido a familias con niños y niñas de entre 6 y 12 años sufragado por todas las administraciones públicas en Tarrasa, otra ciudad en manos de la izquierda y cuyas autoridades justifican el "evento" porque está dirigido por travestis a las que no se les exige más capacitación pedagógica que su condición de "drag queens" con prestigio en su ámbito. Los menores se merecen protección y respeto, no la "educación" que les proporcionan los gobiernos socialcomunistas y separatistas que pretenden convertirlos en carne de cañón de sus experimentos sobre el sexo o la "flexibilidad" de género.

Los abusos sexuales contra los menores son una lacra que no sólo debe ser perseguida, condenada y combatida cuando los autores de los delitos son religiosos o profesores de centros religiosos. Si las palabras de la ministra se atribuyeran a un profesor de la enseñanza obligatoria éste se enfrentaría a graves consecuencias, aunque no se hubiera pasado de la teoría a la práctica. El fomento de la pederastia es un producto de mentes enfermas que no deberían regir los destinos de los niños, que deberían estar absolutamente apartadas del ejercicio de responsabilidades públicas, sea en el Gobierno, los ayuntamientos o en las aulas.

Por desgracia, lo que prima es la sexualización de los menores y una educación sexual que considera que los niños y las niñas ("les niñes" que dice Montero no existen) no deben ser tocados por adultos sin su consentimiento, pero que sí pueden ser destrozados si así lo aceptan, como si estuvieran en igualdad de condiciones con los adultos que pretenden destruir sus vidas por la vía directa y con el concurso de las teorías izquierdistas sobre su educación, a las que responden las espeluznantes declaraciones de la ministra de Igualdad. Su presencia en el Consejo de Ministros es un atentado contra los más elementales derechos de la infancia.

Los derechos de los niños son sagrados, un absoluto moral. Su sometimiento a la esclavitud, el hambre, la miseria o al adoctrinamiento en ideologías totalitarias como el marxismo o el nacionalismo racista, xenófobo y excluyente deja heridas y huellas indelebles en las víctimas, pero los efectos de la "educación" sexual de la izquierda son todavía más graves. De hecho son los más graves y de peores consecuencias.

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