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Agapito Maestre

Dejen de prohibir en la Biblioteca Nacional

Vivimos asustados entre prohibiciones y amenazas de la Administración.

Vivimos asustados entre prohibiciones y amenazas de la Administración.
El imponente hall y escaleras de entrada a la BNE. | David Alonso Rincón

La Justicia en España es sólo un ideal. Una utopía. Y el Derecho está desapareciendo, en su lugar no hay día que no surja una nuevo reglamento, una prescripción, que nos haga más difícil la vida cotidiana. Vivimos asustados entre prohibiciones y amenazas de la Administración. De los poderosos, de los politicastros, que no saben hacer nada, guárdenos Dios. El cambio de lo analógico a lo digital está siendo utilizado para reprimir antes que para emancipar. Las transformaciones para que nos adaptemos al mundo digital están siendo utilizadas por nuestros gobernantes para prohibir. El mundo digital, sí, es absolutamente represor en manos de nuestros administradores.

Pensemos, por ejemplo, en el mundo de las bibliotecas públicas. No todos los libros están el alcance de la mano en la red de la Internet. Las bibliotecas públicas son necesarias para hallar determinados libros. Yo soy un asiduo visitante de la Biblioteca de Bibliotecas. Me gusta trabajar en la Biblioteca Nacional, entre otras razones, porque nada hay más azaroso que la investigación y baste que un libro me lleve a otro libro para que ya tenga ganas de consultar el último citado. El otro día visité la Biblioteca Nacional para consultar, naturalmente, unos cuantos libros a los que no tenía fácil acceso, aunque eras obras de los años sesenta, setenta y ochenta. Me sometí disciplinadamente a todo los controles para acceder al salón de lectura. Lo llevó haciendo muchos años. Siempre he sido comprensivo con tales medidas por preservar nuestro patrimonio cultural.

Pero, después de la pandemia del Covid-19, han surgido nuevas reglas que parecen pensadas más para desanimar al lector que para potenciar la lectura y la investigación. Sí, después de pasar todos los controles, tres, sin contar con que todo el mundo debe guardar sus abrigos y pertenencias en un vestuario más improvisado que pensado para tal función, uno llega ya un poco mosqueado al pupitre que le asigna el funcionario de turno. Si uno va a consultar algún libro de acceso directo, no hay el mayor problema. Basta asirlo del anaquel correspondiente y a trabajar; que uno quiere enterarse, por ejemplo, de la fecha en que Largatijo cortó cuatro orejas durante una corrida en Córdoba, se acerca al armario donde está el Cossio y ya está. Mas hay otros libros, la mayoría de ellos, que no son de libre acceso. Aquí vienen las complicaciones para los usuarios. Antes uno solicitaba su libros a través de unas fichas y, después de un rato, a veces no más de cinco minutos, era avisado por una luz que parpadeaba en el pupitre para que fuera a recoger su petición. La agilidad del trámite era evidente. Ahora, sin embargo, no puede hacerse la petición de prestamos nada más que por vía digital y siempre con un día de anticipación a su visita. No obstante, y como gracia especial de la señora directora de la casa, pueden hacerse peticiones de libros por vía manual entre las 13:00 h y 15:00 h. ¡Ya nos dicen hasta la hora en qué podemos solicitar libros! No me extrañaría que pronto nos impusiesen qué hemos de investigar y leer.

No diré nada sobre los miles de libros que antes eran de acceso directo en la Biblioteca Nacional y ahora han sido ocultados. Sí, una gran sala que albergaba miles de obras de acceso directo, entre las que se encontraban las obras completas de nuestros grandes autores, ha sido reutilizada para poner allí las dependencias de los funcionarios… En fin, después de la pandemia del Covid-19, la cosa ha empeorado para los usuarios de la Biblioteca Nacional. Todo parece pensado para desanimar a los lectores y expulsar a los investigadores de sus dependencias. ¿Qué pinta el Patronato de la Biblioteca Nacional para detener tanta prohibición e incompetencia? Nada. Menos mal que el servicio de comedor y cafetería, por fortuna, sigue funcionado con decencia y profesionalidad.

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