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EDITORIAL

Feijóo triunfa en su estreno como líder de la oposición

El previsible resultado adverso en la votación de este debate de investidura, más que hacer mella en el liderazgo de Feijóo, parece haberlo espoleado.

No vean sarcasmo ni ironía en el título de este editorial: tras haber denunciado en repetidas ocasiones la renuencia del presidente del PP a ejercer el liderazgo de la oposición —renuencia que no se limitó a su negativa a liderar la moción de censura contra Sánchez—, o de haber advertido durante la última campaña electoral contra sus intransferibles errores de cara a unas elecciones generales "en las que nada está garantizado", ahora hay que reconocer que Alberto Nuñez Feijóo ha cosechado un completo triunfo en su estreno como líder de la oposición. Porque eso es, precisa y paradójicamente, lo que ha hecho el político gallego este martes y este miércoles en el Congreso, aunque haya sido presentándose a una investidura como presidente del Gobierno que sabía de antemano fallida. Y lo ha hecho con templanza, brillantez y firmeza no exenta de retranca en las dos sesiones de un debate que ha servido, no sólo para que todas las formaciones "se retraten", sino también para advertir de la extrema gravedad de lo que se nos avecina en caso de que Sánchez renueve su cargo como presidente del Gobierno gracias a unas concesiones a los separatistas que conllevan la fractura de nuestro ordenamiento constitucional.

Y es que lo importante de esta investidura que se sabía fallida no es que Feijóo finalmente no vaya a ser la primera persona que se convierte en presidente del Gobierno sin haberse sentado previamente en los escaños de la oposición del Congreso. Lo importante es que Feijóo no se resigna y que, por primera vez, parece decidido a sudar la camiseta como líder de la oposición en unos momentos en los que ese liderazgo, sin intermitencias, sin incoherencias, sin medias tintas, sin complejos y teniendo perfectamente claro quienes son sus adversarios y quienes sus socios complementarios, va a ser más necesario que nunca.

Ya pasó el tiempo de no librar batallas, ya sea en el Congreso, en la calle, en los Tribunales de Justicia, en Europa, por temor a que no se vayan a ganar. La política es algo más —mucho más— que gestión y aritmética parlamentaria, tal y como tardíamente parece haber entendido Feijóo presentándose a una investidura tan fallida aritméticamente como lo estuvieron las mociones de censura contra Sánchez a las que él y su antecesor al frente del PP rehuyeron presentarse. Si el PSOE de Sánchez, al dictado de golpistas y delincuentes, quiere burlar el Estado de derecho por la artera vía de la "desjudicialización de la política", razón de más para presentar recursos ante los tribunales ante cualquier ilegalidad, incluida la de imponer en el Congreso como cooficiales lenguas que sólo tienen ese carácter en sus respectivas comunidades autónomas y contra lo que ya se pronunció el Tribunal Constitucional en 2010. Lo grave no es la judicialización de la política sino la politización de la Justicia. Aun así, ni siquiera el control que Sánchez ejerce sobre la Fiscalía General del Estado o sobre un Tribunal Constitucional presidido por Conde-Pumpido debe ser excusa para la pasividad del PP.

Otro tanto cabe decir de la necesidad de no cejar en la denuncia, no ya de la ilegalidad, sino de la catadura moral de los socialistas que "pactan con quienes no condenan a los asesinos de sus compañeros", tal y como brillantemente ha expuesto Feijóo en el Congreso.

Y es que el previsible resultado adverso en la votación de este debate de investidura, más que hacer mella en el liderazgo de Feijóo, parece haberlo espoleado. El popular perderá la investidura pero se ha consolidado como abanderado del azote a un Pedro Sánchez que ha preferido rehuir el debate para no tener que desvelar la cuantía de la factura que pagará a separatistas y proetarras a cambio de su investidura. Y es que tal y como ufanamente ha señalado el propio Feijóo "este debate ha valido la pena".

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