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Amando de Miguel

El continuo afectivo de las palabras

Es difícil mantener una conversación con mucha carga afectiva. Para relajarla conviene acudir a expresiones que se sitúan en un punto medio.

Hay muchas palabras que no son indiferentes en una escala de afecto o desafecto. Antes bien se orientan hacia uno de estos dos polos: el A (positivo, ponderativo) y el Z (negativo, afrentoso). De tal forma es así que, al enunciar la palabra en cuestión, se nos dispara un mecanismo de simpatía o antipatía. El insulto consiste precisamente en colocar sobre otra persona una de las palabras situadas en el polo Z.

No siempre están las palabras cómodamente situadas en uno u otro polo. Hay oscilaciones interesantes a lo largo del tiempo. Por ejemplo, cómplice. Toda la vida de Dios era el que ayudaba en la comisión de un delito. Ahora es la persona que se entiende afectivamente con otra. El amor es complicidad. Monstruo era más bien un ser horrible, cruel, despiadado. Hoy puede ser una persona admirable, sobresaliente, extraordinaria. Tradicionalmente, un provocador era el individuo que causaba daños o desórdenes. Hoy puede ser también una persona admirable, adelantada a su tiempo. En el ambiente en que me muevo es corriente utilizar el verbo perpetrar no en el sentido de cometer un delito sino hacer un buen trabajo, escribir un libro interesante.

Hay palabras sinónimas que cada una de ellas se sitúa en uno de los polos, A o Z. Por ejemplo, la persona es A y el individuo tiende a colocarse en el polo Z. No digamos el sujeto.

Es difícil mantener una conversación con mucha carga afectiva. Para relajarla conviene acudir a palabras o expresiones que se sitúan en un punto medio o indiferente entre los dos polos dichos. Es el caso de los comentarios sobre el tiempo atmosférico o a veces sobre deportes. La razón es que sobre esos asuntos es fácil estar de acuerdo. También da mucho juego una conversación en la que se narra un viaje. En esos casos lo fundamental es que las opiniones o los juicios no comprometan mucho. Lo contrario sucede cuando el tono y el objeto de la conversación se tornan polémicos y lo que para uno es loa para el otro es insulto.

Hay muchos nombres despreciativos (polo Z) para el que manda de forma arbitraria: capitoste, jefazo, jerarca, baranda, mandamás, cacique, capo, tirano, dictador, gerifalte. Por cierto, esa última voz se escribe a veces erróneamente como jerifalte. La razón del desvío está en la analogía con el sonido je de algunas palabras en el polo Z: jenízaro, jerigonza, jeringar.

Puede extrañar que un sonido nos incline a asociar las palabras con el polo Z, el del insulto. Pero así es. Véase cuántas palabras despreciativas llevan precisamente ese sonido z: cerdo, cenizo, zafio, zampabollos, zángano, zorra, zoquete, berzotas, bocazas, calzonazos, chorizo, infeliz, merluzo, sinvergüenza, torticero, tuercebotas. Hay muchas más. Se comprenderá ahora la desdicha de un hombre público que fuera tan mendaz y que se llamara Zapatero. Naturalmente, nadie tiene la culpa ni el mérito de llevar un apellido, pero los sonidos no son neutros.

La alusión a enfermedades o dolencias suele dar mucho juego para situar a un adversario en el polo Z o despreciativo. Sigue latiendo la idea ancestral de que un enfermo tiene la culpa de su mal. Especialmente despectivas son las alusiones a estar mal de la cabeza, loco, tocado, majara, trastornado, desequilibrado, chalado, tarado. Una expresión de moda, típica del polo Z, es el consejo de hacérselo mirar para indicar que el adversario no está en sus cabales. No es una alusión muy educada, pero de eso se trata, de desarmar al adversario. 

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