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EDITORIAL

Cataluña y las consecuencias de jugar con fuego

Con la aquiescencia de los medios y la cobertura del proceso independentista, Cataluña lleva tiempo jugando con fuego y, como no podía ser de otra forma, empieza a quemarse.

Mientras el conjunto de España sigue creciendo y no se apea de los primeros puestos de los rankings turísticos, Cataluña sigue el camino contrario: cayó el número de turistas en un 4,7% en octubre y ha caído un 2,3% en noviembre.

Son los primeros datos que confirman algo que sin duda se va a expandir a otros sectores de la economía: un retroceso que cada vez será mayor, que cada vez afectará a más ámbitos y que cada vez costará más puestos de trabajo.

Es, por supuesto, la consecuencia de la locura de las últimas etapas del desafío separatista, de esa Cataluña en la que se ha llegado a perder cualquier rasgo de seguridad jurídica y en la que el futuro institucional es una gran incógnita.

Hay que ser muy necio y negarse a reconocer la realidad más evidente para no querer aceptar lo incuestionable: que un salto institucional al vacío tiene siempre dramáticas consecuencias económicas para la inmensa mayoría de la población. Y el nacionalismo ha dejado a Cataluña al borde mismo de ese abismo en el que cualquier día todo el tejido productivo podría encontrarse sin una legalidad merecedora de tal nombre, fuera de la Unión Europea y en manos de una yunta de descerebrados.

Estos últimos meses han colmado el vaso, pero el proceso de degradación institucional y económica de Cataluña empezó mucho antes. Llueve sobre mojado para una región que día a día y año a año se ha ido convirtiendo en más estatista, menos emprendedora, completamente adicta al presupuesto público y en la que el odio a la libertad económica y la empresa se han ido expandiendo como una plaga.

El turismo es, de hecho, el ejemplo perfecto: los más radicales de entre los radicales –a los que se ha otorgado un poder político inaudito– han lanzado campañas en contra de la industria turística y de los propios viajeros que, finalmente, parecen empezar a surtir el efecto deseado.

No es sólo el procés: Cataluña lleva mucho tiempo coqueteando con apuestas políticas completamente antieconómicas y el resultado no puede ser otro que el retroceso económico y una grave pérdida de bienestar de todos, pero muy especialmente para los que menos tienen. Con la aquiescencia de los medios y la cobertura del proceso independentista, Cataluña lleva tiempo jugando con fuego y, como no podía ser de otra forma, empieza a quemarse.

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