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Itxu Díaz

El aterrador 'Mambawakale ruhuhu' en la Moncloa

El 'Mambawakale ruhuhu' no es más que un socialista del Triásico: un cocodrilo enorme que arruina todo a su paso.

El 'Mambawakale ruhuhu' no es más que un socialista del Triásico: un cocodrilo enorme que arruina todo a su paso.
Pedro Sánchez. | EFE

Hay en la prensa dos titulares que debemos leer juntos para comprenderlos. "Un depredador de hace 240 millones de años fue ancestro del cocodrilo" y "España: de democracia plena a democracia defectuosa, según The Economist". Los restos del depredador encontrados en Tanzania en los 60 han resultado ser de Mambawakale ruhuhu, un bicho asqueroso y enorme que ya aterrorizaba a los habitantes de la costa este africana hace 240 millones de años, cuando Joe Biden hizo la Primera Comunión. Una comparación fría entre las costumbres de este espeluznante ejemplar y el que se oculta en la Moncloa desde 2018 desvela enigmáticas similitudes y explica gran parte de nuestra desventura y nuestra democracia defectuosa, que en suajili significa bananera. Después de todo, el Mambawakale ruhuhu no es más que un socialista del Triásico: un cocodrilo enorme que arruina todo a su paso, que desconoce las más elementales normas de la convivencia democrática y que, cuando le va bien él, le va mal a todos los demás.

En la rueda de prensa, el director del estudio, Richard Butler, que no tiene aspecto de gritar y salir corriendo cuando se encuentra una araña en el dormitorio, no pudo ocultar cierto pánico en el rostro al describir la "mandíbula tan poderosa" del investigado Mambawakale ruhuhu. Un hecho en apariencia nimio, pero que conecta directamente al animal tanzano con el espécimen español de amniota diápsido que dirige el Consejo de Ministros, famoso por su acusado bruxismo, que emerge en todo su esplendor cuando acecha algún peligro, con un mecanismo similar al del rabihorcado grande cuando hincha su pecho en época de celo, causando admiración en las hembras, que lo miran como Meritxell Batet a Pedro Sánchez después de una tarde de desenfreno y pucherazo.

Hay cierta discusión entre los expertos sobre el modo de desplazarse del Mambawakale ruhuhu. Como si lo hubiera dibujado Yolanda Díaz con sus plastidecores, en la reconstrucción virtual publicada en la Royal Society Open Science, le han imaginado unas patitas monísimas que se me antojan improbables en la vida real. Mi teoría es que el antecesor del cocodrilo, como buen reptil en la alborada de su repugnancia, arrastraba su pesada panza penosamente por el suelo, combinando su temible condición depredadora con el humillante azar del comedor de polvo. Esto explicaría a la vez su mala leche, que se disparaba al atravesar terrenos pedregosos, por razones obvias, que imagino que le quedarían los huevos como los de un autónomo leyendo el BOE; algo que, una vez más, podemos identificar en Sánchez, quien se revuelve con una ira secreta cada vez que se encuentra piedras en su camino, sobre todo si la piedra está en la tribuna de oradores y se llama Macarena Olona.

Por lo demás, este temible y antiquísimo saurópsido de más de cinco metros –ideal como alfombra en el pasillo, pero problemático como mascota– tenía la capacidad de destrozar todo a su paso y extinguir cualquier signo de vida a su alrededor, incluyendo, sospecho, la independencia del poder judicial, la prosperidad económica, y violentando la libertad de los demás habitantes por el mero placer de demostrar su autoritario poder. No obstante, sugieren los investigadores que al Mambawakale ruhuhu, tan valiente con los débiles, en cambio, se le hacía el culo pepsicola con otros grandes depredadores, a los que ofrecía un ridículo trato de favor, incluso aunque estuvieran emparentados con las babosas, lo que explicaría al fin la sumisión de Sánchez ante los etarras y otras sabandijas de la selva presidiaria. Supongo que, a fin de cuentas, todo está en la genética, excepto la estupidez, que es suya propia.

Con todo, hay un indicio concluyente en la conexión evolutiva entre el Mambawakale ruhuhu y Pedro Sánchez. Desde el principio, a los científicos les llamó la atención, además del carácter salvajemente depredador del bicho, el descubrimiento de su nariz, extraordinariamente larga y pronunciada, "inusual y muy agrandada", prueba final e irrefutable del vínculo en el linaje con el presidente, quien, por su idilio patológico con la mentira, luce idéntica morfología nasal que este arcosaurio del Triásico.

En definitiva, el hallazgo sobre los viejos restos encontrados en Tanzania –régimen autoritario según la revista británica–, la aparición de este monstruo de decadencia y barbarie, explica la ruina presente de España en manos de un ejemplar de su mismo linaje evolutivo y, muy en particular, la decadencia de su salud democrática, tan exagerada que hasta The Economist ha sido capaz de detectarla sin inyectar al análisis sus habituales gotas de moralina progre. Agotado por la monotonía columnística el símil de la zorra y las gallinas, lo justo es admitir, en comunión con el comité de expertos, que las nuestras están al cuidado del genuino Mambawakale ruhuhu de la Moncloa, único y máximo responsable de la devastación que dejan a su paso cada uno de sus ministros, que, sin ser del todo mambawakales, son bastante ruhuhús.

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