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José García Domínguez

¿Podemos antisistema?

Podemos está a punto de cruzar el Rubicón de la socialdemocracia vía pactos de gobierno autonómicos y municipales con el PSOE.

Podemos está a punto de cruzar el Rubicón de la socialdemocracia vía pactos de gobierno autonómicos y municipales con el PSOE.
EFE

Si a alguna crítica resulta inmune, completamente inmune, Podemos es a la que le llega en tropel por su diestra, la única que ha recibido hasta la fecha. Al margen de agitar a los estratos más básicos de la derecha sociológica con augurios apocalípticos sacados del baúl de la Piquer, todo ese ruido mediático se revela por completo inane, no sirve para nada. Podemos no va a perder un solo voto en las generales de diciembre, ni uno, por mucho que desde sus antípodas se siga insistiendo en remover el mohoso espantajo de la toma del Palacio de Invierno por otro batallón de señoritas comandado esta vez por Tania Sanchez y Teresa Rodríguez. Porque su talón de Aquiles, que sí lo tiene, mora en otra parte: en el flanco izquierdo.

Podemos está a punto de cruzar el Rubicón de la socialdemocracia vía pactos de gobierno autonómicos y municipales con el PSOE. Y en los muy precisos límites que la socialdemocracia ortodoxa no osará jamás traspasar, eso que los cursis llaman las líneas rojas, se encuentra el potencial de conflicto de identidad para el partido de Iglesias. La socialdemocracia, toda ella, se plegó en su día a las leyes del mercado. A sus ojos, el problema de la producción está desde entonces resuelto. Como de antiguo postuló la derecha, también ellos pasaron a creer que el mercado no se puede equivocar. Consecuentes con ese acto de fe colectivo, su única razón de ser a partir de entonces se limita a redistribuir la renta así producida.

Decirse hoy socialdemócrata, como hace Iglesias, no significa mucho más que aceptar esa premisa mayor, la de la soberanía productiva de las fuerzas impersonales que operan en el mercado. Pero, ¡ay!, quien pasa por ese tubo jamás vuelve a recuperar la virginidad antisistema. Porque el mercado es el sistema. Y quien acepta los designios del mercado acepta el sistema. Pueden, sí, gobernar con el partido socialista. Pero, más pronto que tarde, se toparán de bruces con el mismo dilema que atenaza ahora mismo a Syriza. El acalorado debate que mantienen dentro de sus filas dos de los economistas más brillantes del momento, el posibilista Yanis Varoufakis y el radical Costas Lapavitsas, el uno proclive a seguir jugando las pocas cartas que le restan aún a Grecia, el otro a romper ya la baraja, acabará reproduciéndose en España. Será inevitable.

Porque aspirar a poner en práctica políticas económicas heterodoxas en el marco de la Unión Monetaria es lo mismo que pretender hacer submarinismo en una bañera doméstica. Pregúntenselo, si no, al escaldado escafandrista Tsipras. Asuntos como el conservadurismo fiscal o la famosa flexibilidad de los mercados laborales no son es ese contexto decisiones facultativas sometidas al libre albedrío de los Estados, sino imperativos ineludibles, como bien saben todos los gobernantes del Sur. El verdadero peligro para los de Iglesias es ése: qué hacer al día siguiente de asaltar el Cielo del bracete de Sánchez.

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