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Los propietarios del voto


Y, ¿para qué votaríamos, si el voto no fuera nuestro?

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Nada más aleccionador que el cruce de basura entre PSC y PSOE: dice  en qué se ha convertido la democracia representativa. A los ojos, al menos, de quienes de ella – de nosotros – cobran sueldo. Joaquín Nadal, portavoz socialista de la Generalidad contra el portavoz socialista del Gobierno:

“Cuando el PSOE dice que tiene 11 millones de votos y ERC medio millón, olvida de que, si se compara el ámbito territorial de cada partido, 1,5 millones de los votos del PSOE son del PSC”.

Que el voto era propiedad privada, lo sabíamos. Propiedad del ciudadano que lo emite, por supuesto; y que, entre otras cosas, paga sus impuestos; y que, al pagarlos, paga el sueldo de esos transitorios funcionarios que son los electos. Y, como tales, son ellos, los electos, quienes pertenecen, en su totalidad, a la totalidad de la ciudadanía. Y eso, se supone que es lo que diferencia a un  ciudadano de un vasallo.

Lo que Nadal formula, de manera inequívoca, es la gran mutación contemporánea. Sin tocar formalmente ningún código jurídico, la fuerza de los hechos simbólicamente impuestos da como una evidencia que el representante político no es lo que es, un doméstico al servicio de quien le paga, nosotros, sino un amo despótico que  “posee” el voto como patrimonio suyo indiscutible.

Así, día tras día, quienes ofician la política se apropian nuestras vidas. Toman titularidad de nuestras posesiones. Poseen cada papeleta que metemos en la urna. Ni siquiera protestamos. Tan interiorizada está esa lógica aberrante. ¿Por qué habría Montilla de abstenerse de expropiarle mil millones a la Caixa, si es doctrina aceptada que de hasta ese íntimo secreto que es nuestro voto hemos ya sido expropiados? Voluntariamente.

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Y, ¿para qué votar, si el voto es suyo?

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