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Pablo Planas

El 3% y el octavo pasajero

Cientos de miles de catalanes están absolutamente convencidos de que España les roba y tanto les da que les muestren las pruebas que indican lo contrario.

Cientos de miles de catalanes están absolutamente convencidos de que España les roba y tanto les da que les muestren las pruebas que indican lo contrario.

Es más que probable que la banda del 3% logre engañar a un porcentaje mucho mayor de ciudadanos con la especie de que los registros en la sede del partido, su fundación y los ayuntamientos de su órbita son una artimaña contra el proceso separatista y su líder, Artur Mas, un ejemplo más del juego sucio del Estado, el tricornio frente al derecho a decidir y la mandanga indepe de siempre. Tres décadas de escuela nacionalista, martilleo mediático, incumplimiento de las leyes y chuflas identitarias tienen efectos secundarios muy agudos sobre la percepción de la realidad. De entrada, cientos de miles de catalanes están absolutamente convencidos de que España les roba y tanto les da que les muestren las pruebas que indican lo contrario. El ladrón es otro y está en casa. Ni caso.

España es mala, vaga, pobre y rencorosa. Esa es la imagen que se ha grabado a fuego en la mente de generaciones enteras, al tiempo que los nacionalistas, con el evasor Pujol a la cabeza, eran tratados como hombres de Estado, gente seria y responsable que contribuía a la gobernabilidad de la nación. No fue gratis ni por patriotismo precisamente. Más bien se trató de una cortina de humo para enterrar el caso Banca Catalana y mangar a sus anchas en su cortijo, la Generalidad y lo que cuelga mientras se inoculaba en los niños la doctrina del odio, el victimismo y el cálculo sesgado de balanzas fiscales.

Entre medias, el saqueo de Cataluña, el 3%, precio de amigo, porque los Sumarroca eran socios fundadores. Otros empresarios tenían que pagar más y abultar el sobrecoste. Tras la adjudicación de una obra, la donación a CatDem, nombre de la fundación convergente que hacía de puente de plata entre las empresas y el partido. Todo el mundo pasaba por caja, fuera en el Palau de la Música o en el de la Generalidad, en la sede del partido, en una estación de servicio, en el mas del Ampurdán, el refugio de la Cerdaña, el apartamento de Andorra, en una cuenta o cuneta de Suiza.

El jefe, Artur Mas, se ha dado prisa y maña en camuflar su propio partido tras ERC y los grupos separatistas cívicos. ¿Convergencia? Ya no existe, como las cajas de ahorro. Se ha diluido en la marca Juntos por el Sí. El mentón de Mas asoma entre Romeva y Junqueras. Llevan al octavo pasajero alojado en las tripas de Mas. Y lo saben. Juntos con el 3%, encerrados con el Alien.

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