
'Copia certificada': te querré siempre... o no
Una última recomendación, perteneciente al pasado fin de semana. Copia certificada es la flamante ganadora de la Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid, y se estrenó el pasado viernes 29 de octubre. La película de Abbas Kiarostami es una revisión personal e intransferible de Te querré siempre, de Rossellini, en la medida en que hereda el escenario italiano –que convierte el filme en la primera experiencia europea del cineasta iraní- y también la tesis de la crisis de una pareja como material de fondo. Pero la forma de presentarlo de Kiarostami es de todo menos convencional, en la medida que huye de estereotipos folletinescos y de imágenes de postal que permite ese escenario privilegiado.
Copia certificada es una acerada crónica del final del amor, o sobre el amor mismo, basada en la aplastante dialéctica de sus dos protagonistas y organizada en torno a la metáfora entre el original y la copia artística, tesis a la que el iraní saca aquí un partido extraordinario. Kiarostami centra su análisis sobre un matrimonio en crisis como si de una reflexión sobre las apariencias se tratase, algo que deriva en una severa digresión acerca de la naturaleza de la imagen y el original. Un juego de espejos que se fractura hacia la mitad del filme (durante una excelente conversación en una cafetería) mientras asistimos incrédulos a una inteligente y radical inversión de los roles asumidos por los personajes hasta ese momento. Algo que revela la incomunicación entre estos dos seres humanos, pero también un puñado de interrogantes sobre la naturaleza de la verdad y la ilusión, el original y la copia, la vida y el cine... y así podríamos seguir.
Y quizá lo más importante: lejos de aplastar al espectador bajo trasnochados e innecesarios ejercicios de estilo, Copia certificada es un filme donde todo esto surge de una forma razonablemente natural. Poco hay de banal o pretencioso en él, y al contrario, cala en los sentimientos del espectador con sencillez gracias a las interpretaciones de Juliette Binoche -con todo su conmovedor atractivo- y William Shimell, cantante de ópera británico reconvertido en actor que aquí destila una personalidad impagable. Entre ambos nos creemos la incertidumbre de un matrimonio ciertamente desubicado, que Kiarostami deja en el aire en una película notable.
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Hace milenios que no he visto una película de Kiarostami. Espero que haya evolucionado desde aquella época de planos interminables estilo Antonioni que tanto gustan -o gustaban- a los críticos y a los gafapastas culturetas de cine-fórum. Superé esa etapa hace tanto tiempo que me parece una vida anterior. Será suficiente si la película es tan buena como el cartel. En una cosa seguro que es mejor que el original: Juliette Binoche tiene sentido del humor, mientras que Ingrid Bergman carecía por completo de él, y daba a sus personajes un aire como de tomarse a sí mismos demasiado en serio (sobre todo con Rossellini, que le dio vía libre para su desparrame emocional).
Juliette Binoche, siempre Juliette Binoche