
Crítica: 'Sólo Dios perdona', con Ryan Gosling
Concebida como prolongación de los postulados estéticos y argumentales de Drive, el tándem formado por el actor Ryan Gosling y el director danés Nicolas Winding-Refn alcanza aquí un nivel más avanzado (aunque no necesariamente superior, o mejor, como quedó demostrado en los abucheos a la película en Cannes) en su redefinición del thriller neo-noir. Sólo Dios perdona es una pesadilla freudiana y existencial por momentos indescifrable, que sólo tras un trabajo de digestión importante empieza a adquirir sentido. Utilizando el vigoroso y simple soporte de un thriller de venganzas y exacerbando la atmósfera exótica y laberíntica de un Bangkok mefistofélico, la sinopsis de Sólo Dios perdona (un criminal se lanza, empujado por su madre, a la caza de los culpables de la muerte de su hermano) apenas alcanza a definir la experiencia sensorial que Winding Refn nos lanza a la cara sin miramientos.
La película es, hay que reconocerlo, un thriller elevado a pura experiencia visual. Y sólo a través del simbolismo oscuro y barroco de sus imágenes, de su atmósfera nocturna y turbia, se accede a su mensaje... si es que este realmente existe. La escala lynchiana que su director otorga al argumento, una odisea de criminales atormentados contra guerreros orientales místicos; la mezcla de recursos y motivos del cine de acción bañados en violencia extrema, innecesaria pero elegante, son el único motivo de ser de una película marciana y bárbara. Sólo Dios perdona camina con ritmo ceremonioso a lo largo de unos escuetos ochenta minutos por la fina línea que separa la incredulidad, el virtuosismo artístico y la tomadura de pelo.
Al igual que en Drive, la película que le reportó prestigio internacional y una Palma de Oro en Cannes, Nicolas Winding-Refn ha elaborado una película que utiliza estructuras y recursos bien conocidos para crear sensaciones diferentes a las habituales. El danés demuestra ser, desde luego, todo un experto en la creación de imágenes, atmósferas, silencios eternos y miradas oceánicas para dilatar el tempo de su película, sólo liberados por esos estallidos de violencia gore que tantos cinéfilos celebramos en la anterior. El problema, y les anticipo que es gordísimo, es que el apego a los hechos y expectativas que todavía había en Drive, al fin y al cabo su experiencia en el cine norteamericano más o menos comercial, aquí han desaparecido. Sólo Dios perdona convierte la enigmática concisión de aquella en exceso y arrogancia, en una película tan indescifrable que por momentos casi parece la parodia de Drive. Una broma del autor a costa de ese bello accidente cinematográfico más que una indagación en su lenguaje.
Winding Refn, sin duda un autor con potencial para renovar el thriller, a tenor de sus trabajos previos en Dinamarca y películas como Valhalla Rising, ha patinado con su nueva apuesta. La exacerbación del puro ejercicio de estilo que habitaba en las anteriores se ha descontrolado, y todo depende de si nos tragamos la apología de las segundas lecturas místicas o si no. Su talento visual se ha vuelto contra él y pide a gritos que levante el pie del acelerador. Un poquito nada más.
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