En un Gobierno anodino, cuando Zapatero anda haciendo méritos o deméritos para sustituir a Piqué, la ministra de Educación y Cultura, Pilar del Castillo da la nota. Positiva. Que la Universidad precisa una reforma es una evidencia. Cabe discutir si la que está en marcha es suficiente, pero lo que no parece discutible es el imponderable en sí. Eso es lo que está haciendo esta izquierda roma, incapaz de afrontar ni en lo más mínimo su renovación ideológica. El PSOE ha quedado en el partido de los funcionarios, y especialmente de los docentes, de los sectores más ultraconservadores de estos. Encima el PP le ha robado una de sus bolsas de voto: los pensionistas. Anclarse en sectores desacreditados –por el uso y abuso de la endogamia es el caso de los profesores universitarios– no es estrategia política inteligente. Oscilar hacia el centro es, desde hace una década, un eufemismo para indicar que es preciso hacerlo hacia la liberalización, ámbito pragmático en donde se encuentran cómodas las clases medias españolas.
Para evitarse el riesgo de pensar, los socialistas oscilan hacia sus burgos podridos, se mantienen atados por sus lobbys, sin intentar tan siquiera seducir a nuevos electores. En ese sentido, la postura de Pilar del Castillo sí es progresista, porque busca la renovación, la mejora y el progreso, sin prestarse a los chantajes de los gremios. En la cuestión universitaria, el PSOE está en la Edad Media. Pilar del Castillo no va mucho más lejos, está al inicio del Renacimiento, pero entre ambas posturas hay un abismo. Uno se imagina manifestándose en contra de la reforma a Torquemada, a los dominicos de Salamanca y a los franciscanos de Alcalá de Henares, y a las juventudes socialistas y del Bloque Nacionalista Gallego con hábito blanco y esclavina negra. Pilar del Castillo, a su lado, por lo menos está en el erasmismo.
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