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EDITORIAL

La responsabilidad histórica de PP y Vox

Sería imperdonable que los egos personales y las exigencias maximalistas de unos y otros dieran a Sánchez el oxígeno que necesita para sobrevivir.

El adelanto de las elecciones generales, anunciado por sorpresa y sin la preceptiva deliberación del Consejo de Ministros como prescribe la Constitución, es la respuesta de Pedro Sánchez al tremendo varapalo que los españoles han propinado a la izquierda en las elecciones autonómicas y municipales de este pasado domingo, en las que el PSOE ha perdido prácticamente todo el poder territorial del que gozaba desde 2019.

Yerran gravemente los que atribuyen este movimiento de Sánchez a una leal asunción de sus responsabilidades en la debacle izquierdista porque, en tal caso, habría incluido en el anuncio del adelanto electoral el de su dimisión de la secretaría general de su partido, al que ha provocado un daño histórico, y su renuncia a encabezar la candidatura a la presidencia del Gobierno de la Nación. No ha hecho ninguna de esas dos cosas. En su lugar, Sánchez ha decidido huir hacia delante ejecutando un giro táctico que traslada a los votantes socialistas y, por extensión, a todos los españoles: la responsabilidad de resolver esta suerte de plebiscito sobre su figura como presidente del Gobierno en la cita con las urnas el próximo 23 de julio.

Un aventurero de la política como Sánchez es capaz de cualquier pirueta de último momento para salvarse y hacer que otros asuman el desastre provocado por su gestión calamitosa al frente del Gobierno. La decisión de adelantar las elecciones, sin tiempo para que los barones de su partido lo expulsen de la secretaría general (sería la segunda vez) y para que su rival ultraizquierdista, Yolanda Díaz, ahorme una candidatura de unidad, le otorga cierto margen para maniobrar desde el Gobierno, con la esperanza de agrupar todo el voto de la izquierda y maquillar una derrota que sería implacable si las elecciones se celebraran dentro de seis meses, al finalizar su actual mandato.

La fecha elegida para las elecciones generales coincide con el periodo en el que se estarán negociando los nuevos gobiernos autonómicos de coalición, un proceso en el que la lupa estará puesta en las fuerzas del centro-derecha, llamadas a entenderse en aquellos territorios en los que el PSOE ha sido desalojado del poder sin que el partido de Feijóo haya alcanzado una mayoría suficiente para gobernar en solitario. El momento elegido por Sánchez para llamar a las urnas a los españoles no es casual, sino perfectamente intencionado para tratar de explotar de cara a su electorado la imagen de un Feijóo sometido al fielato del sector más radical de Vox. Los dos partidos que agrupan el voto del centro-derecha harán muy bien en no caer en esta trampa desesperada del sanchismo y evitarnos espectáculos como los que tuvieron lugar en algunos territorios tras las elecciones autonómicas y municipales anteriores, en los que la formación de los gobiernos estuvo sometida a tensiones vergonzosas hasta prácticamente el último minuto.

Es de esperar que en el PP y en Vox impere el sentido de la responsabilidad en el momento histórico que se avecina. Derrotado ampliamente el socialismo y expulsado el comunismo de las instituciones, sería de una insensatez imperdonable que los egos personales y las exigencias maximalistas de unos y otros dieran a Sánchez el oxígeno que necesita para sobrevivir en la política española, un arte en el que se ha distinguido como un especialista consumado.

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