Hace hoy exactamente un año, centenares de terroristas palestinos armados irrumpieron en un festival de música en el sur de Israel y en varios kibutz de la zona asesinando a 1.200 personas, hiriendo gravemente a otras 3.500 y secuestrando a otras doscientas víctimas, a las que llevaron a sus guaridas en Gaza para seguir torturándolas a placer y utilizarlas como escudos humanos contra las previsibles represalias del Estado judío. Se trata, sin duda, del peor atentado terrorista de la Historia, no solo en términos cuantitativos respecto a la población total del país atacado, sino por las atrocidades perpetradas por los terroristas contra los civiles desarmados que cayeron en sus garras, a los que torturaron públicamente con todo tipo de sevicias entre el jolgorio de la población palestina, que celebró la monstruosidad en las calles y plazas mientras competía por ultrajar los cuerpos de las víctimas de la masacre, niños incluidos.
Un año después, Israel ha pasado de ser un país avergonzado por el fracaso de seguridad que supuso la entrada masiva de terroristas en su territorio, a mostrar orgulloso los éxitos indudables de una operación que ha limpiado Gaza de terroristas, aniquilado la cadena de mando del grupo terrorista chií Hezbolá, culpable de los ataques continuos contra la población del norte del país desde el sur del Líbano, y puesto contra las cuerdas al régimen de los ayatolás, financiadores e impulsores de las organizaciones terroristas más sangrientas de Oriente Medio.
En todo este tiempo, el pueblo israelí ha sufrido la incomprensión, cuando no el odio directo, de la izquierda internacional, que ha justificado la bestialidad de los terroristas palestinos y dedicado todos sus esfuerzos a boicotear el derecho de Israel a defenderse de sus enemigos y proteger a su población de nuevas masacres como la del 7-O. El odio antijudío, tan presente en las filas de la izquierda occidental, ha permeado a parte de la población y ha puesto en entredicho la legitimidad de la lucha de los israelíes por la supervivencia de su Nación, rodeada de los peores enemigos. Irán, la gran potencia teocrática que maneja en la sombra los hilos del terrorismo internacional, y sin cuya financiación los atentados contra los judíos en suelo occidental y la misma masacre del 7 de octubre no hubiera sido posible, jamás ha recibido el menor reproche de los líderes izquierdistas, que solo ejercen de plañideras histéricas cuando los israelíes dan un paso al frente para defenderse de los que intentan aniquilarlos.
La batalla de Israel contra el terrorismo en Oriente Medio es la batalla de la libertad de Occidente, aunque una parte de nuestras sociedades, contaminada por los mensajes buenistas de la ultraizquierda, no sea capaz de verlo. Las operaciones de las Fuerzas de Defensa Israelíes contra el terrorismo en Gaza, el sur del Líbano, Yemen y, ahora también, en Irán, han arrasado las infraestructuras de los socios de los ayatolás, lo que es, sin duda, una gran noticia también para los europeos.
La batalla contra la teocracia terrorista iraní es la definitiva en esta vasta operación que, por mucho que mienta la izquierda, busca preservar a largo plazo la seguridad de las fronteras del Estado judío y garantizar una paz duradera no solo en la región, sino en el resto del mundo.