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A la caza de Rumsfeld

George W. Bush tiene más razones, y de mayor peso, para mantener a Donald Rumsfeld al frente del Pentágono que para destituirle. Los casos de maltrato a prisioneros enemigos en Irak, infligidos por unos pocos militares indignos, proporcionan la munición de una doble cacería política: la de Bush, por el Partido Demócrata; la de la Coalición internacional, por los terroristas que operan en el terreno y por los medios de Opinión, partidos y Gobiernos occidentales que se opusieron a la estrategia antiterrorista con una propaganda antiamericana tosca y visceral, como no se veía desde que, durante la Guerra Fría, la Unión Soviética infiltraba la Opinión y la Academia europeas de consignas y clichés "antiimperialistas". Entregar a Rumsfeld no acercará la derrota de Al Qaeda, y en cambio, proporcionará una victoria significativa a todos los interesados en ver a Estados Unidos humillado y fuera de Irak sin acabar la misión.
 
En la pugna ideológica intestina de la Administración Bush, la destitución de Rumsfeld implicará un avance de la tesis favorable a un multilateralismo apaciguador, representada por Collin Powell. Los conservadores revolucionarios (Wolfowitz, Cheney y Rice), defensores del derecho de Estados Unidos a forjar alianzas para extender la democracia y la economía de mercado, si es preciso al margen del ineficaz Derecho Internacional, tendrían que replegarse. Rumsfeld no es un neoconservador, pero el 11-S ha obrado en él un cambio decisivo, hasta transformarlo en eso que William Krystol, director de The Weekly Standard, llama "un liberal golpeado por la realidad". Se ha convertido en el mejor aliado estratégico del programa neocon en la Administración Bush. La continuidad de Rumsfeld es la única opción para el presidente americano, que ha apostado a todo o nada por la democratización de Irak como pieza angular de su estrategia antiterrorista. Debe continuar hasta el final de la misión en Irak, o el próximo en caer será el propio Bush, ha advertido The Wall Street Journal. Por eso, el presidente lo confirmará en el puesto. La filtración, por la propia Casa Blanca, de la bronca del presidente al secretario de Defensa por no informarle a tiempo de los casos de maltrato que se iban conociendo, así como también el duro interrogatorio al que fue sometido este viernes, indican que la expiación de Rumsfeld será dura, aunque la experimentará dentro, y no fuera, del Gobierno.

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