El presidente Aznar razona, en La Tercera de ABC, lo que una parte de la sociedad española –mucho mayor de lo que se piensa– ya ha podido concluir, juiciosamente, por sus propios medios: que retirar las tropas de Irak es un error que hace más vulnerable a España y la aleja de sus aliados. Es una decisión oportunista, que busca un –en principio– fácil asenso popular en las próximas Elecciones europeas, a las que el PSOE ha asignado un valor estratégico de legitimación de su inopinado triunfo del pasado 14-M. Hay datos que sugieren que la popularidad de la rendición en Irak no es tan sólida. Días atrás, la edición digital de El Mundo preguntaba a sus lectores si están de acuerdo con la retirada. La respuesta desconcierta: cerca del 49% no lo está. El País, en su versión en la red, hacía la misma pregunta a su parroquia. El resultado fue mayoritariamente favorable a la medida anunciada por Zapatero –un 70% aproximadamente, pero merece ser ponderado con dos elementos de juicio: 1) Hace unos meses el CIS detectaba que un 90% de la población era contraria a la intervención en Irak; y 2) El País no es un diario independiente de la mañana, sino el órgano mediático del que depende el PSOE para conservar el poder. Sus contenidos y su audiencia responde, de manera bastante homogénea, a ese molde de prensa consignataria, pero no representan necesariamente el estado de opinión de la sociedad española.

 

La explicación de Aznar sobre el papel de España en la guerra contra el terrorismo –quién lo hubiera dicho hace un año– cuenta con más respaldo del que se imaginaron los instigadores de la pancarta, el odio y el amedrentamiento antidemocrático contra el PP. En la séptima parte de La acción humana, Ludwig Von Mises destaca el decisivo valor de la opinión pública en el desarrollo de cualquier programa de gobierno. “Es imposible a la larga gobernar, sea cual fuere el sistema político, en desacuerdo con la opinión pública”. Es posible que la opinión de Aznar sea hoy más comprendida y apreciada que hace un mes, pero el PP debería atender la sencilla lección del maestro austriaco y ponerse manos a la obra de una pedagogía clara y perseverante de las posiciones de fondo y valores esenciales de nuestra civilización. Es una tarea larga y lenta, pero también ineludible por más tiempo.