Ni consenso, ni pluralismo, ni estabilidad. El acuerdo para la constitución de los órganos del Congreso y el Senado representa exactamente lo contrario de lo que Rubalcaba pregona. El PSOE entrega las llaves, el candado y la clave de la alarma de las dos Cámaras legislativas a la extrema izquierda, el nacionalismo extremo y el independentismo fanático. Su claudicación ante comunistas, separatistas, contertulios de terroristas y retales nacionalistas de distinto gramaje y delirio empieza a confirmar los más lúgubres presagios que, para la estabilidad de España y la libertad de los españoles tiene el triunfo de un PSOE dividido, oportunista y sin liderazgo. Rubalcaba anuncia, sin inmutarse, que su grupo repartirá diputados a diestro y siniestro para permitir que ERC, CC o IU puedan constituir sus propios grupos; un derecho al que no se han hecho acreedores democráticamente, pero que asaltarán gracias a lo que el portavoz socialista llama “interpretación flexible” del Reglamento, y que no es más que un burdo y vergonzoso fraude a los electores. 

 

Como el crupier de un casino de tramposos, Rubalcaba reparte escaños marcados para dar a los enemigos de España y de la libertad más voz y más poder del que los ciudadanos les han dado y del que jamás hubieran soñado tener. Lo que el sigiloso valido del felipismo llama angelicalmente consenso, no es más que una rastrera rendición a los que quieren romper las reglas del juego, liquidar la nación en cómodos plazos y llevar el totalitarismo a sus fincas locales. Cuando, candorosamente, exalta el pluralismo de esta farsa, olvida que en la misma no toma parte el partido respaldado por diez millones de españoles. Y cuando celebra la estabilidad que el acuerdo dará a las Cortes, hurta el insignificante detalle de que, a cambio de la Presidencia del Congreso y del Senado, el PSOE se encomienda al chantaje de los que han venido a Madrid, precisamente, a consumar sus objetivos de desestabilizadores profesionales.