
Los últimos en Europa
Algunos ya lo habían intuido hace más de un mes. Si los franceses terminaban votando no a la Constitución Europea el primer damnificado de tal decisión soberana no se encontraría al norte sino al sur de los Pirineos. Al final, después de una campaña larguísima en la que se ha dicho de todo pero nada sensato, nuestros vecinos han acudido a las urnas en masa para decir a su Gobierno que se vaya olvidando de ese mamotreto que muchos han confundido con una Constitución. Las razones por las que han dicho no son de sobra conocidas. A los franceses el texto les parece demasiado liberal y, claro, ese calificativo es inaceptable en el país del modelo social del paro.
En París Chirac debería ir preparando la lista de mudanza para no dejarse nada en el Elíseo el día que le toque abandonarlo por la puerta de atrás. Por ahora se resiste pero más tarde o más temprano tendrá que hacerse cargo de la apuesta que echó sobre el tapete cuando convocó un referéndum que se ha vuelto contra su soberbia. En Madrid, entretanto, Zapatero debería pensarse muy mucho volver a hacer campaña por Europa, porque cada vez que hace por echar una mano allende nuestras fronteras la lía. A los españoles, además, debería explicarnos a qué vino tanta demagogia y palabrería con la Constitución de marras si al final todo ha quedado en nada. Íbamos a ser los primeros en Europa sí, los primeros y los últimos.
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