
Más rápido, más alto, más fuerte, más corrupto
Cuando Samaranch convirtió los Juegos Olímpicos en una empresa próspera se olvidó de las enseñanzas del sentido común. Funcionarios, dinero y arbitrariedad son una combinación explosiva que sólo puede acabar en corrupción. Lo vemos a todos los niveles del estado, en cualquier país donde alguien necesite -lo suficiente como para pagar- que el poder arbitrario de un funcionario se incline en su favor. Sería realmente extraño que el COI se librara de ello; el "espíritu olímpico" no es, sin duda, suficiente para evitarlo.
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