
Regreso a la España aislada del franquismo, pero hay que leer WSJ para enterarse
¿Lee prensa extranjera el presidente o, en cambio, considera que su "nuevo talante" está satisfactoriamente inciensado por El País, la SER y Tele 5, y no necesita saber cómo nos ven por esos mundos? ¿Tiene algún fontanero de La Moncloa, al menos, la perspicacia de leer los mismos diarios que los inversores que mueven las mareas del capital global, ver los mismos noticiarios que nuestros aliados y sopesar los mismos análisis y comentarios que manejan los estrategas militares y diplomáticos, o, por el contrario, prevén que una jabonosa pompa de populismo interior, ministras de cuota, simpatía a raudales y demagogia bastará para ponernos a buen recaudo de los problemas del mundo y adoptar alegremente decisiones de alcance global sin experimentar sus consecuencias locales?
El artículo editorial publicado este martes por la edición digital de The Wall Street Journal es una de las denuncias más contundentes de egoísmo e irresponsabilidad que ha tenido que escuchar un gobernante español desde la llegada de la democracia. El Journal, sí, el mismo Journal que cada mañana leen los ejecutivos de las grandes corporaciones globales antes de tomar sus decisiones; el mismo que, junto a otros diarios, marca el inicio de cada jornada en todos los centros de mando del planeta, de la Casa Blanca a Downing Street, del Pentágono al Kremlin, de Beijing a Tokio, dice lo que ningún medio español –con honrosas excepciones como ABC– se atreve a señalar de manera razonada: que la retirada de Irak es algo más que un inocuo compromiso electoral. Es un grave error y tendrá graves consecuencias.
La brusca involución de la política exterior española nos devuelve a la autarquía franquista y hunde el prestigio de España, en un tiempo histórico que ya no es el de hace cuarenta años. Ningún Gobierno, y menos el de un país como España, puede hoy permitirse la ilusión de neutralidad ni esperar que la opinión internacional resulte política y económicamente irrelevante.
En 1982, incluso en 1996, el PSOE podía esperar aislar la Opinión Pública interior, pero de ningún modo en 2004, con la Red, la ADSL y la telefonía móvil extendidas por hogares y empresas. Las decisiones de cualquier Gobierno pueden ser pregonadas por unos medios serviles en el interior, pero serán cada día más contrastadas en el exterior por los ciudadanos. Zapatero y Rubalcaba pueden creer que les basta con estar suscritos a El País para que la gente no descubra su juego demagogo. Afortunadamente, la libertad es imparable. Gracias a la expansión de la red global, el poder de la manipulación ha entrado en una lenta pero irremisible decadencia. El 13-M, los medios de la sociedad-red se pusieron al servicio de la mentira para provocar un vuelco electoral. Pobre cosecha, que quizá dé para descorchar una botella de champán en una de las estrechas veladas del felipismo. Pero, ¿qué salto en su independencia no será capaz de dar el ciudadano cuando ponga esos mismos medios al servicio de la verdad? Porque el problema, para los españoles, es que en un mundo cada vez más integrado, su prosperidad y su reputación no las proporciona la burda y provinciana propaganda de los medios de PRISA y de Tele 5, sino la visión o la cortedad de miras, la decencia o la indecencia, el coraje o la cobardía de las decisiones que toman en su nombre y son implacablemente examinadas por los demás.
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