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Cayetano González

Hay mucho partido por jugar

De aquí al día de las elecciones puede pasar de todo.

Eso es lo que se deduce a la luz del aluvión de encuestas que se han conocido en los últimos días. El partido, que diría el clásico, está muy abierto, y de aquí al día de las elecciones puede pasar de todo. Y después del recuento de votos también pasarán cosas, que en algunos casos y casas llegarán serán traumáticas. Vayamos por partes.

Es muy probable, no seguro, que el PP sea el partido más votado, pero si ese resultado se traduce en una horquilla de 110-115 diputados, los populares tendrán francamente difícil, si no imposible, formar gobierno. Porque sólo podrían recibir apoyo para la investidura de su candidato –que no necesariamente tendría que ser Rajoy– de Ciudadanos, y tengo para mí que el partido de Albert Rivera no ha llegado hasta aquí para apuntalar al PP en el poder, sino que más bien ha venido para sustituirle.

Dar por descontado –como hacen algunos dirigentes populares– el apoyo de Ciudadanos a una hipotética investidura de Rajoy es de todo punto un exceso. Y en el supuesto de que Ciudadanos exigiera para dar ese apoyo la cabeza del actual presidente del Gobierno, ¿estaría el PP dispuesto a entregarla en bandeja de plata? ¿Ofrecerían a Soraya como alternativa? ¿Los pesos pesados del PP aceptarían de buen grado el relevo de Rajoy por Soraya o plantearían una batalla interna? ¿Es exagerado pensar que el actual líder del PP puede estar organizando su retirada a tiempo antes de que la marea se lo lleve por delante, y de ahí que haya hecho gestos inequívocos de que en ese escenario su preferida es Soraya?

Las aguas para el PSOE bajan muy turbias. Si en 2011 el candidato Rubalcaba cosechó el peor resultado de los socialistas desde la Transición, 110 escaños, las encuestas dan al partido liderado de momento por Pedro Sánchez una horquilla de 70 a 90 escaños, un resultado catastrófico. Ese panorama ya de por sí desolador para el PSOE se podría ver empeorado si además Ciudadanos consigue más votos o escaños, porque con el señor D'Hont de por medio nunca se sabe cómo quedará el reparto. En ese supuesto, Pedro Sánchez saldría despedido, metafóricamente hablando, claro, por la ventana de su despacho la misma noche del 20-D. La duda es si para entonces ya habrá llegado a la sede socialista de Ferraz Susana Díaz para hacerse cargo de los restos del naufragio.

En cuanto a Ciudadanos, a día de hoy –por eso es importante que no cometa errores graves en lo que queda de campaña– rema con el viento a favor. Aspira a ganar las elecciones, es decir a ser el partido más votado, y lo puede conseguir. Pero es que, aunque sea segundo, incluso tercero, va a ser absolutamente determinante a la hora de conformar el próximo gobierno. Ya he dicho antes que apuntalar sin más a un gobierno del PP no parece la opción más deseada por Rivera y los suyos. Y, por supuesto, si quedan por delante del PSOE, sus posibilidades de llegar a La Moncloa con el apoyo de los socialistas crecen de manera exponencial.

En cuanto a Podemos, habrá que esperar a contar todos los votos para ver al final hasta dónde llega, pero parece claro que las expectativas que tenía –conviene recordar que a comienzos de año alguna encuesta le daba incluso la posibilidad de ser la primera fuerza política– se han ido esfumando. En cualquier caso, obtener, como dicen los estudios demoscópicos, 30-40 diputado habrá que admitir que es un excelente resultado para un partido tan joven con ideología tan vieja.

Así las cosas, la campaña electoral, que comenzará oficialmente a las cero horas del próximo viernes, puede ser más decisiva que nunca. Los expertos señalan que el número de indecisos ronda el 20%, que son muchos. Y como es evidente que los mítines o actos electorales mueven muy poco, porque sólo asisten los muy convencidos, habrá que pensar que los diversos debates programados en las televisiones sí que pueden influir en esa importante masa de ciudadanos que a día de hoy no sabe a quién votar.

Rajoy ha decidido, hay que suponer que por consejo de Moragas y Arriola, no asistir a ningún debate a cuatro con Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias. Es verdad que, en caso de ir, tiene mucho más que perder que ganar, no porque fueran todos contra él, sino porque al candidato del PP le horripila hablar de política y, claro, en esos debates tendría que explicar, por ejemplo, cuál va a ser la posición de un hipotético gobierno presidido por el tras el 20-D en la lucha contra el terrorismo yihadista, o qué va a hacer con el desafío secesionista de Cataluña, por citar sólo dos cuestiones relevantes.

La ausencia de Rajoy en los debates a cuatro es una mala noticia para la calidad de nuestro sistema democrático. En cualquier país con una democracia madura, los candidatos debaten entre sí sin ningún problema. En España, de momento, no. El candidato del PP prefiere comentar la Champions en una radio o ir a programas de televisión para dar a conocer su lado humano, como si esto tuviera, en los momentos de crisis mundial que vivimos, algún interés.

Rajoy ha dicho este lunes que él hará los debates que se han hecho siempre en España: entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición. Debe de ser el único que no se ha enterado de que lo del bipartidismo es ya cosa del pasado. En cuestión de días, concretamente el domingo 20 por la noche, acabará cayéndose del caballo, aunque puede que entonces sea demasiado tarde para él y que en su caída arrastre a un partido que hace sólo cuatro años tuvo una holgada mayoría absoluta: once millones de votos y 186 diputados.

En España

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