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Javier Somalo

¿Una encuesta es sólo una encuesta?

El bipartidismo no agoniza por su esquema de alternancia en el poder sino por esa ausencia de principios reproducida en una carrera de relevos.

La actualidad está girando alrededor de una encuesta porque ahora parece que son vinculantes. Una previsión sobre un resultado puede afectar al resultado mismo, motivar cambios de táctica, de estrategia, de candidato y hasta de programa. No debería ser así pero la debilidad política española lo propicia.

De ahí la importancia de publicar o no. Ante el intenso rumor –antesala de la noticia, que decía José María García– El País optó el viernes por un preestreno en Valencia, uno de los feudos tradicionales del PP, para sondear cómo cae el sondeo antes de ofrecer este domingo víspera de festivo el trabajo completo que, según parece relega al PP en favor de una ajustada foto de llegada entre Ciudadanos y PSOE, lo que se traduciría en un éxito indiscutible de Albert Rivera.

Se confirmaría así, el movimiento de balancín del bipartidismo: el auge o declive de Podemos mueve al PSOE y los errores del PP ensalzan los aciertos de Ciudadanos. No hace falta que lo diga Metroscopia: indudablemente parece más sólido, más estructural, el ascenso de Ciudadanos que el de Podemos, como estructural es el agujero del PP, partido en el Gobierno. Por otro lado, si los antisistema que empezaron a votar tras el 15-M se aburren de su mesías, el beneficiado será el PSOE. En Metroscopia, la empresa de sondeos de Prisa, podemos revisar históricamente aciertos y errores, horneados lentos, cocina de diseño o asados de leña pero el desangrado electoral del PP mostrado en los últimos resultados electorales no necesita ya demoscopia predictiva alguna porque es un hecho. No entiendo tanta sorpresa y alarma en Génova.

El problema es que la encuesta provoca reacción y cuanto más se dice que la única encuesta que vale está en las urnas más ha dolido el pellizco. Como escasean los principios, único blindaje ante el rumor, hay que moverse y hacer ruido.

En estas columnas he lamentado muchas veces el maldito corto plazo que nos quiere hacer vivir pegados a redes sociales, tan poco sociables en ocasiones, que nos ensalza lo efímero, que paradójicamente nos incomunica, primando lo virtual sobre lo real. Así es ahora también la clase política que pretende conectar con el ciudadano presentándose como un igual. Se equivocan rotundamente. Sobre todo, porque bailar en la tele, enseñar la cocina, escalar montañas con un reportero adosado o poner a tuitear a un jefe de prensa no es lo más normal que hace un ciudadano cualquiera. El político no ha de ser igual a nadie, basta –y empieza a ser difícil– con que sea honrado y eficaz por muy distante y distinto que parezca. Los votantes no son amigos o followers, sino ciudadanos obligados a elegir partidos porque no pueden escoger nombres de una lista. Así que, por encima de todo, el político ha de tener principios claros y no un amplio catálogo como el que se atribuía a Groucho Marx: "He aquí mis principios pero si no le gustan tengo otros" dependiendo, por ejemplo, de lo que digan las encuestas.

El bipartidismo no agoniza por su esquema de alternancia en el poder sino por esa ausencia de principios reproducida en una carrera de relevos. Fue José Luis Rodríguez Zapatero quien pulsó el interruptor que puso en marcha esta especie de tenebrosa cuenta atrás. Lo hizo con Cataluña, con ETA, con su talante cizañero, guerracivilista desde el mismo día de su toma de posesión. Conscientes de ello, los españoles dieron en su momento una abultada mayoría absoluta a Mariano Rajoy, que en pocos meses exhibió orgulloso el incumplimiento de sus promesas acelerando el temporizador de la bomba colocada por el socialista.

Sí, España es hoy un país de corto plazo, tanto que no sabemos cómo pintará en enero. Ya no se trata de adivinar si será intervencionista o liberal, si tendrá tal o cual Ley de Educación –baldón que nos ha traído hasta aquí– o si gastará más o menos en una u otra partida presupuestaria. Toca adivinar a España misma y parece que mucha gente sólo lo consigue contando de alguna manera con Ciudadanos, mejor dicho, con Albert Rivera. El que lo considere copia del PP debería decantarse por el original así que no creo que sea por ahí por donde crece el voto naranja. Tampoco creo que funcione electoralmente el mantra de que Rivera y Sánchez "se hacen ojitos" si quien lo propaga anda sofocando incendios en el País Vasco a cuenta del cupo o de permitir que la condena a ETA deje de ser una mínima condición para ejercer la política. Encuestas aparte, parece claro que Ciudadanos está cosechando mucho voto nuevo, ya sea de abstencionistas de centro o de jóvenes que empiezan a votar, además de acoger el éxodo de populares hartos o aburridos del PP a los que Mariano Rajoy moviliza cada día de pensamiento, palabra, obra y omisión. Podemos está haciendo lo propio con el PSOE vistas las formas de gobernar de la fonética Triple K –Karmena, Kolau, Kichi– que, inexplicablemente no se tuvo en cuenta para hacer el último estudio del CIS. Si Pedro Sánchez maneja bien la situación no le costará demasiado sacudirse el polvo de haberles aupado al poder. Tampoco esto parece una exclusiva desvelada por Metroscopia.

La encuesta es sólo una encuesta y no dice nada pero lo dice todo: Ciudadanos crece, el PSOE se da una costalada menor de lo que ellos mismos esperaban, Podemos pincha su burbuja y el PP es arrastrado por la soberbia de su líder y la pusilánime actitud de algunas de sus figuras. Plausible. Pero hasta el rabo todo es toro y en esta España corta de tiempos un estímulo adecuado hace más estragos que Pavlov con su perro.

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