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José García Domínguez

((Carta lacrada a Pablo Iglesias (7))

Sí, Pablo, sí, en Cataluña, y antes de que surgiera el nacionalismo catalán, existió otro nacionalismo igual de autóctono, el español, que resultó ser dominante en la plaza.

Sí, Pablo, sí, en Cataluña, y antes de que surgiera el nacionalismo catalán, existió otro nacionalismo igual de autóctono, el español, que resultó ser dominante en la plaza.
Pablo Iglesias | EFE

Caro Pablo:

Espero que sepas excusarme por no haber podido compartir contigo la honda emoción que, según dices, te invadió el otro día en Barcelona al recordar a aquellos catalanes épicos de 1714, los que entregaron su sangre y sus vidas para defender los derechos feudales de la Casa de Austria en la disputa dinástica que la enfrentó con los Borbones en su lucha por la Corona de España. Insisto, Pablo, en que me perdones, pero es que dediqué toda la jornada de la romería catalanista del 11 de septiembre a releer a un judío oriundo de la villa episcopal de Tréveris, un tipo curioso que estuvo emparentado a través de su mujer con los fundadores de la multinacional Philips, de ahí que escribiese varios capítulos de su obra más conocida en la gran mansión familiar de estos. A lo mejor te suena su nombre: se llamaba Karl Marx; y el libro en cuestión, El Capital. Cierta Marta Harneker, chilena, publicó en su día una introducción ilustrada a ese texto que te recomiendo encarecidamente, más que nada por si tuvieras algún interés en apaciguar con las ideas que allí se vierten los fervores románticos que siempre te asaltan al visitar mi ciudad.

Sobre 1714, ese instante germinal de la mitología catalanista que tanto te conmueve, quizá te sorprendería saber que no fueron pocos los castellanohablantes que formaron parte de la milicia austracista que presentó resistencia armada a las tropas al mando del Duque de Berwick que asaltaron Barcelona, un ejército, el atacante, en el que abundaban por el contrario los catalanohablantes. Y es que, permíteme que te lo diga, Pablo, tú, madrileño de Vallecas y castellano viejo, caes en una trampa ideológica en la que nunca incurriría, sin ir más lejos, la presidenta de nuestro parlamento local, la señora Carme Forcadell. Como te supongo informado, Forcadell más de una vez ha depuesto en público que cuantos en Cataluña votan a lo que ella llama con infinito desprecio "partidos unionistas" no son genuinos catalanes. Como ves, Forcadell, a diferencia de lo que a ti te ocurre, no cree en el fondo que la lengua determine eso que llaman la identidad, pues muchos catalanohablantes suelen votar desde siempre a los demoníacos "unionistas" que tanto detesta. Tú, en cambio, pareces convencido de lo contrario. Y quizá eso te ocurre, y permite que te lo diga con todo el afecto, porque, si yo no ando equivocado, solo conoces uno de los cuatro idiomas españoles, el castellano en el que ahora me dirijo a ti. Si hubieses hecho el esfuerzo de aprender algún otro, Pablo, tal vez hubieras comprendido por ti mismo que los términos idioma y patria no resultan ser sinónimos.

Tan extendida entre vosotros, los progresistas madrileños devotos de la doctrina catalanista alumbrada en su día por el obispo ultramontano Torras i Bages, el reaccionario corporativista Prat de la Riba y otros carcamales por el estilo, la lengua vernácula constituye desde siempre el factor fundamental del sentimiento de pertenencia colectiva de los catalanes. Y sin embargo, Pablo, tengo que decirte que no es así. Eso, Pablo, simplemente, no es verdad. A lo largo de la Baja Edad Media, y sobran los testimonios documentales que lo corroboran, hubo nobles y clérigos defensores de los fueros catalanes que se expresaban en castellano; viceversa, sería factible citar a anticatalanistas de la misma época, si no fuera un absurdo histórico utilizar esa expresión antes de finales del siglo XIX, que solo hablaron y escribieron en catalán durante toda su vida. Ocurre, Pablo, que la lengua catalana nunca tuvo un significado político para los habitantes de Cataluña hasta hasta el nacimiento y extensión de la ideología nacionalista, un novísimo fenómeno casi contemporáneo. Nunca. Hablar en catalán no significaba nada especial para un catalán del siglo XVII o del XVIII. Nada.

Y que una lengua en realidad no signifique nada para sus hablantes, más allá de su obvia utilidad como instrumento para hacer factible la comunicación entre las personas, conlleva que, en determinadas circunstancias, las comunidades de usuarios se puedan mostrar dispuestas de grado a abandonar esos instrumentos linguïsticos en beneficio de otros. Ocurrió en su momento con el gaélico, añejo artefacto gramático y fonético que los irlandeses prefirieron depositar en el baúl de los trastos viejos e inútiles en beneficio del inglés, y ocurrió también con el catalán. Sí, Pablo, los catalanes de la primera mitad del siglo XIX, esto es los catalanes de la época histórica posterior a la invasión napoleónica, aquella en la que estaba tomando cuerpo el nacionalismo español asociado al nuevo Estado liberal, comenzaron rápidamente a abandonar el uso del catalán, reduciendo su ámbito de uso a lo estrictamente doméstico, privado y familiar. Pues los catalanes, y cuando digo "catalanes" debes entender las capas rectoras de la sociedad, se habían convertido en masa al nacionalismo. Al nacionalismo español, huelga decir. Sí, Pablo, sí, en Cataluña, y antes de que surgiera el nacionalismo catalán, existió otro nacionalismo igual de autóctono, el español, que resultó ser dominante en la plaza. Ese nacionalismo español de Cataluña, hoy oculto y proscrito por la historiografía oficial,la catalanista, es el que ansío darte a conocer en próximas cartas.

Tuyo afectísimo.

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