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José María Albert de Paco

Manjón 2.0

Ada Colau se exhibió en el Congreso con esa presunción moral con que la izquierda lo pone todo perdido.

En las juventudes de la Liga Comunista Revolucionaria coincidí con una mujer que, a la hora de proveer de argumentos cualquier lucha, y ante la evidencia de que en una asamblea no había tiempo de explicar El capital, optaba por un latiguillo en que cabía no ya El capital; también las obras completas de Marx, Lenin y Trotsky. "Que si patatín, que si patatán", resumía mi amiga. Así, por ejemplo, los numerus clausus universitarios no eran más que la expresión de un sistema que anteponía el gasto militar al gasto en educación para perpetuar, por medio de la fuerza, la dominación social... Y antes de que los asistentes empezaran a bostezar (y, sobre todo, antes de que ella misma empezara a hacerlo) remachaba: "Que si patatín, que si patatán", tendiendo un hilo, no precisamente invisible, entre la explotación laboral de principios del XIX y la inminente ocupación del rectorado.

Pensaba en ello mientras veía la intervención en el Congreso de la portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, Ada Colau, que recurrió a todos y cada uno de los tics que, en los últimos tiempos (y sin que se adivinen brotes verdes en el horizonte), conforman la identidad de la izquierda.

En primer lugar, y en un intento de ceñir su perfil al de mera portavoz de la PAH, dijo que no era presidenta de nada. Podría haber dicho lo que sí era, esto es, una veterana activista del Movimiento de Resistencia Global que ha pasado por diversos frentes anticapitalistas y que, desde hace al menos un lustro, promueve acciones en favor del derecho a una vivienda digna. Una profesional, en suma.

Luego llegaron las causas, inexorables. Y que hay que abordar, claro, si no se quieren repetir los errores del pasado, y es que hipotecarse no fue una opción libre e informada, porque todo, absolutamente todo le llevaba a uno a acceder a una vivienda, que, recordemos, no es un capricho, sino un bien de primera necesidad.

Sobre esa sarta de falacias, ejemplarmente descritas por Manuel Llamas, erige Colau la legitimidad de su bravata, en la que tampoco faltaron las consabidas lágrimas socialdemócratas, las amenazas e insultos al resto de intervinientes, las alusiones de costumbre al "Estado español", la observancia relativista (dejémoslo en relativista) de que hay muchas formas de violencia y esa presunción moral con que la izquierda lo pone todo perdido.

Otra vez, tire el zapato.

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