Menú
José T. Raga

La política o el arte de convencer

¿Es suficiente la verdad y el rigor, encaminados al bien común, para asegurar el éxito de la función política?

Las recientes elecciones italianas invitan a la reflexión. Una reflexión acerca de cómo ve el político la sociedad y cómo la sociedad contempla al político. Es fácil deducir que la acción política, si algo no puede ser, es una abstracción. La acción de gobernar, como expresión sublime de la acción política, lo es para alguien, para una sociedad llamada a ser gobernada, que espera de su gobierno unos resultados que satisfagan sus legítimas pretensiones.

La concreción de la acción política establece, de este modo, una relación entre los llamados a gobernar y los gobernados que afianzará o debilitará el nexo entre ambos, según cuál sea el resultado de la acción. En esa relación brilla con luz propia lo que con propiedad ha venido en denominarse la ética política; una ética que se concretaría en el escrupuloso respeto a la verdad y al rigor, al servicio del bien de la comunidad. Apartase de este principio ético es tanto como arriesgarse a perder la confianza política, y de ello se derivan consecuencias difíciles de prever.

Ahora bien, ¿es suficiente la verdad y el rigor, encaminados al bien común, para asegurar el éxito de la función política? O, en otras palabras, ¿es posible gestionar los asuntos públicos desde la torre de marfil, incluso gestionarlos con eficacia, para que el éxito social de la acción política esté garantizado? Evidentemente, no. La torre de marfil, me atrevo a decir que es el escenario menos propicio para el desarrollo de la política. En general, proporciona arrogancia más de la debida y genera distancia y aislamiento de los gobernados.

Ello nos lleva a una tarea a la que el político no está siempre dispuesto o que, aun estándolo, no sabe cómo hacer. La tarea podría definirse por la necesidad de ser entendido. No basta tener ideas y criterios, no basta con estar convencido de lo que se debe de hacer y de cómo hacerlo; es necesario que la sociedad vea con la misma claridad que el político, que sus ideas y sus programas son la mejor solución para la comunidad en su conjunto.

Una sociedad ignorada, con la que parece no contarse a la hora de diseñar la acción de gobierno, pronto se convertirá en una sociedad defraudada, que volverá desilusionada la espalda a la acción política. La desilusión se tornará en desconfianza a la política y a sus representantes, pues no supieron o no quisieron dirigir la gobernanza a lo que la sociedad consideraba prioritario. A partir de aquí, entregarse al despropósito es sólo cuestión de tiempo. Los italianos se preguntan hoy si Bersani se coaligará con Grillo o con Berlusconi. Y qué pasó con Monti: simplemente no fue entendido, o quizá nunca lo intentó.

Despropósito es también la petición de Pérez Rubalcaba de que Rajoy cambie de política precisamente cuando informa de su éxito en la reducción del déficit. En este caso, ¿no lo entendió o no lo quiso entender?

En España

    0
    comentarios