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Cuatro revoluciones

El próximo 8 de noviembre se producirá en los Estados Unidos una revolución. No sabemos todavía cuál, pero pase lo que pase en las elecciones presidenciales previstas para ese día, la primera potencia mundial cambiará para siempre. Porque, gane quien gane, habrá un antes y un después.

En el campo demócrata, la lucha por la nominación se disputa entre Hillary Clinton y Bernie Sanders. Si gana Clinton, sería la primera vez que una mujer accede a la presidencia de Estados Unidos. Si gana Sanders, ocuparía por primera vez la Casa Blanca un izquierdista al estilo europeo.

Con Clinton, el establishment americano está seguro. No en vano es la actual Secretaria de Estado y ha sido ya la primera dama. Conoce los entresijos de la administración, de la política internacional y del Partido Demócrata. Sabe cuál es el juego en las alturas. Pero aunque no fuera a cambiar sustancialmente esas reglas del juego, querrá dejar su legado como primera mujer presidente, especialmente en el terreno de la igualdad y la ideología de género.

Sanders, por su parte, es lo más cercano a un antisistema que podemos encontrar en la política americana. Independiente y respetado, su discurso se nutre de muchos de los tópicos y de muchas de las actitudes de la actual izquierda europea: subidas de impuestos a los ricos, mayores controles a los bancos y a Wall Street, multilateralismo en el terreno internacional, educación universitaria gratuita y universal… No tiene ningún inconveniente en definirse a sí mismo como socialista, en un país donde la palabra socialista se usa como anatema. Ha sido elegido senador por Vermont cuatro veces sucesivas como candidato independiente, derrotando por amplia diferencia tanto a los demócratas como a los republicanos. En teoría, su edad juega en su contra (tiene 74 años), pero en la práctica está consiguiendo arrastrar el voto joven del Partido Demócrata.

En el terreno republicano, la nominación se juega entre el millonario Donald Trump y dos políticos de origen hispano: Ted Cruz y Marco Rubio. Si ganan Cruz o Rubio, sería el primer presidente hispano en un país de 55 millones de hispanos, 39 millones de los cuales hablan español en casa. Si gana Donald Trump, sería la primera vez que accedería a la Casa Blanca alguien próximo a lo que aquí en Europa llamaríamos populismo de derechas.

A Trump le han hecho la campaña sus detractores. Apenas ha tenido que gastar hasta el momento dinero en anuncios, porque sus adversarios se han encargado de airear convenientemente sus propuestas más polémicas, como levantar un muro en la frontera mexicana o prohibir temporalmente la entrada de musulmanes en los Estados Unidos. Es más proteccionista que liberal. Hoy por hoy, lidera las encuestas en el bando republicano, pero su populismo encuentra también eco entre los votantes del Partido Demócrata más afectados por la crisis.

Cruz y Rubio defienden programas bastante similares, aunque a Cruz se le considera más cercano al Tea Party (y por tanto a las bases republicanas), mientras que Rubio es visto con mejores ojos por el establishment del partido, que lo considera más pragmático. Ambos tienen a su favor que arrastrarían hacia los republicanos ese voto de las minorías que tradicionalmente se decanta por los demócratas. De hecho, son los únicos que pueden derrotar a Hillary Clinton en noviembre, según las encuestas. En caso de ganar cualquiera de los dos, es indudable el impacto que en la política internacional de Estados Unidos tendría la presencia de un presidente hispano en la Casa Blanca. Imaginen a Reagan llegando a la Casa Blanca, pero con 25 años menos que los que tenía y hablando en español.

Veremos qué dan de sí las primarias. Por el momento, Hillary Clinton y Donald Trump ya no tienen su victoria tan segura como inicialmente se creía, y la contienda se está empezando a animar.

Pero gane quien gane, lo que es indudable es que los Estados Unidos cambiarán para siempre el próximo 8 de noviembre.

Veremos en qué dirección.

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