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La cabeza del Papa Luna

En 1378 se produce el Cisma de Occidente en la Iglesia Católica, con la elección de dos papas distintos: Urbano VI, con sede en Roma, y Clemente VII, con sede en Aviñón. El cisma no duró mucho, apenas 40 años, pero durante ese tiempo los reinos europeos se dividieron según su apoyo a uno u otro papa, siempre basándose en intereses políticos.

A Clemente VII le sucedió en Aviñón Benedicto XIII, el famoso Papa Luna, que al final terminó sus días en el castillo de Peñíscola, después de que Francia le retirara su apoyo y tuviera que huir de la sede pontificia francesa.

Tras su muerte a los 94 años, el Papa Luna fue enterrado inicialmente en la capilla del castillo de Peñíscola, y posteriormente en su pueblo natal, Illueca, en Zaragoza. Allí, el cadáver momificado quedó expuesto en una urna de cristal en 1423.

Y la capilla con el cadáver de aquel antipapa se convirtió en un centro de peregrinación, sin que las autoridades religiosas locales pusieran muchas objeciones.

Más de un siglo después, en 1537, un fraile italiano apellidado Porro estaba de visita por tierras aragonesas y oyó hablar de aquel centro de peregrinaje, así que se acercó a curiosear. Y al ver aquellas filas de peregrinos postrados ante un antipapa, el buen fraile, preso de santa indignación, destrozó la urna a bastonazos.

Tras aquel incidente, el arzobispo de Zaragoza ordenó precintar la habitación donde se hallaba la momia. El cadáver del Papa Luna permaneció allí durante casi siglo y medio sin ser perturbado, hasta que, durante la Guerra de Sucesión española, tropas francesas al servicio de Felipe V toman el castillo de Illueca. Al no encontrar nada de valor, los franceses, enfurecidos, destrozan la tumba de Benedicto XIII y su cadáver, arrojando los restos a un barranco.

Tras la marcha de los franceses, solo se pudo recuperar el cráneo, que fue llevado al cercano palacio de los condes de Morata, en Sabiñán. Allí reposó el cráneo durante casi tres siglos, sin más que una breve interrupción durante la Guerra Civil española, cuando tuvo que ser ocultado para evitar otra profanación.

Pero no se crean Vds. que acaban aquí las peripecias. En abril de 2000, dos hermanos aragoneses entraron en aquel palacio de Sabiñán y robaron la urna donde se encontraba el cráneo de Benedicto XIII, enviando después al alcalde de Illueca una carta llena de faltas de ortografía con la intención de pedir 6.000 euros de rescate por el cráneo. Los dos ladrones eran tan hábiles que sellaron la carta en la propia oficina de correos del pueblo, después de preguntar al funcionario si se podían enviar cartas sin remite.

La guardia civil no tardó en detener a los autores del robo y recuperar el cráneo, que fue devuelto al castillo de Illueca. Allí reposan hoy los restos de Benedicto XIII, hasta la siguiente peripecia.

¿Y por qué les cuento todo esto? Pues la verdad es que no lo sé. Estaba pensando en Puigdemont, y en las peregrinaciones separatistas a Bruselas, y en el desdoblamiento de la presidencia de la Generalidad en una real y otra simbólica, y en el supuesto choque de legitimidades, y en esos cónclaves parlamentarios donde no se ponen de acuerdo para elegir sucesor, y en el cisma del separatismo, y en ese cuasi-castillo de Waterloo donde se refugia el depuesto antipresidente… y de pronto se me ha venido a la memoria la cabeza del Papa Luna.

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