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Momias

Todos ustedes saben qué es una momia. Lo que quizá no conozcan es de dónde les viene su nombre.

En el antiguo Egipto, como en todas partes, aquellos que tenían dinero podían acceder a los mejores servicios. Entre ellos, por supuesto, el de la momificación. Los cuerpos eran preservados con costosos tratamientos - incluyendo un sellado de la momia con resina - para que los faraones y grandes dignatarios disfrutaran de una adecuada vida en el otro mundo.

Los que no tenían tanto dinero, tenían que conformarse con tratamientos más simples. Y en vez de resinas y perfumes, al final esas momias de segunda clase se terminaban embadurnando de betún.

De ahí viene, precisamente, el nombre: en árabe, al betún se le llama mumiya, de donde hemos tomado la denominación "momia".

Y es precisamente el betún el responsable de que muchas momias hayan sido destruidas. Al estar envueltas en betún, que es un buen combustible, durante siglos se estuvieron usando momias de manera común para encender fuego en las frías noches del desierto.

Aunque algunas otras momias se destruyeron por razones menos entendibles. En la Inglaterra del siglo XIX, por ejemplo, existe constancia de alguna fiesta de la alta sociedad en la que la atracción fundamental era el desenrollado de una momia traída desde Egipto, en plan entretenimiento morboso. Y antes de eso, en la Edad Media, hubo un tiempo en que se creía que el polvo de momia triturada era curativo, por lo que en Europa se comercializaba con toda normalidad hasta el siglo XVI. Más tarde, el polvo de momia se estuvo usando durante bastante tiempo para obtener un pigmento que los pintores utilizaban en sus cuadros.

Mark Twain escribió, en cierta ocasión, que las momias se usaban en Egipto para alimentar las calderas de las locomotoras de vapor. Era solo una broma de ese genial escritor, pero lo cierto es que a lo largo del tiempo se han destruido decenas o centenares de miles de momias, con distintos fines.

De todos modos, no se preocupen: tenemos momias para dar y tomar, porque varios miles de años de historia egipcia dan mucho de sí. Hace poco, por ejemplo, se descubrió cerca de El Cairo el cementerio de Fag el Gamous, donde se calcula, tras las primeras excavaciones, que puede haber enterradas más de un millón de momias.

Y no tenemos solo momias de seres humanos: los antiguos egipcios no se limitaban a momificar los cuerpos de sus familiares, sino que también hacían lo mismo con sus mascotas. Se conservan cientos de miles de animales de compañía momificados, sobre todo gatos, muchos de los cuales eran enterrados con sus amos, para acompañarlos en su viaje al otro mundo.

También en España tenemos muchas momias: si no me creen, echen un vistazo al panorama político. Y al hablar de momias, no me refiero a la edad, sino a la actitud mental: tenemos algunos políticos jóvenes completamente momificados en sus concepciones ideológicas, mientras que otros políticos de más edad aún conservan la frescura.

Tenemos momias de ex-presidentes de gobierno, que se pasean de mitin en mitin dando consejos de abuelo cebolleta. Tenemos momias de presidentes de gobierno que no gobiernan, porque sus ataduras de momia les impiden incluso empuñar el bolígrafo para firmar decretos. Tenemos momias de ex-presidentes autonómicos, que de vez en cuando comparecen en comisiones parlamentarias, para asustar a los diputados que fingen preguntarles por sus millonarias herencias. Tenemos momias togadas, que se limitan a decir amén a las órdenes que reciben de sus amos políticos. Tenemos momias nacionalistas, enrolladas en una estelada en vez de en una gasa. Tenemos momias de "egipcios", acostumbrados a poner el cazo para recibir comisiones millonarias. Tenemos momias ideológicas, que hablan con nostalgia de Marx y Engels, como si los hubieran conocido.

Tenemos momias, como ven, para dar y tomar. Y de muchas variedades.

Aunque todas ellas tienen algo en común: viven a nuestra costa. Decidieron momificarse porque la "otra vida" consistía, básicamente, en pastar en abundancia en el presupuesto público, aprovechando que los dineros públicos "no son de nadie".

En mi modesta opinión, va siendo hora de que nos desembaracemos de tanta momia como habita ese cementerio de elefantes que es la política española.

No digo que debamos desenrollarlas, como hacían los ingleses de clase alta: sería una falta de respeto.

Pero lo de usarlas como combustible para alimentar la locomotora de la Nación, como sugería Mark Twain, quizá no estuviera de más.

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