
Bolivia en la desdicha
Melancolía primordial ante el destino trágico de Bolivia. Record universal de golpes del Estado en el pasado siglo y epítome de la tragedia latinoamericana: péndulo: militarismo-populismo; y jamás nada que se haya ajustado a principios de racionalidad elementales. Caudillajes sólo, bajo ligeras anécdotas decorativas: militares o civiles. Comparado con Bolivia, el catastrófico subcontinente parece casi un prodigio de estabilidad. Evo Morales cifra hoy ese girar en la tragedia. Vertiginosamente acelerado. Las vagas mitologías de la madre tierra, sobre cuyo solo fundamento, derribaron los cocaleros al anterior gobierno electo, velan apenas una voluntad suicida de retorno a míticos paraísos originarios, trascendentes. Tras la jerga – bienintencionada, claro – del sufrimiento atroz de una naturaleza a la cual malvados capitalistas arrancarían gas y espíritu para con ellos hacer pútrido negocio, no hay sino superstición de la desdicha. Conformidad ancestral con la pobreza. Y un tristísimo consuelo: mascar coca.
Es eso lo desesperante. Mucho más que las retóricas carantoñas a Hugo Chávez o Fidel Castro. Chávez dispone de los descomunales recursos del petróleo para apuntalar sus delirios de espadón de opereta. Castro, de ese bien engrasado aparato represivo que es la última reliquia de las grandes máquinas stalinianas de triturar espíritu. Evo Morales hereda sólo un país en la ruina. Donde nada – ni economía, ni política, ni administración, ni sociedad, ni economía – funciona. Donde no llegó a haber jamás ciudadanía en sentido propio. Llega sin más soporte ni instrumento que leyendas pueriles, indigenismo colorista y relatos que podrían ser conmovedores para arrullar el sueño y hambre de los niños. Su choque con la realidad será mortífero.
Miro sus fotos. Releo sus líricas proclamas, que parecen reducir el dilema a un solo medicamento universal: nacionalizar todo. En rigor: estatalizarlo. No puedo evitar resonancias viejas. Nacionalizar fue el filtro mágico del stalinismo. Y del Hitler que definía la peculiaridad de su modelo como “la nacionalización de los trabajadores”. También, la eterna mitología de una Falange Española, sin más programa conocido que el de “nacionalizar la banca”. Alguien dice nacionalizar, y sueña decir algo. Y sólo está saltando hacia el vacío.
Una honda melancolía, sólo. Ante ese empecinamiento angelical en el desastre. Que pagarán los de siempre. Los más pobres.
***
Es eso lo desesperante. Mucho más que las retóricas carantoñas a Hugo Chávez o Fidel Castro. Chávez dispone de los descomunales recursos del petróleo para apuntalar sus delirios de espadón de opereta. Castro, de ese bien engrasado aparato represivo que es la última reliquia de las grandes máquinas stalinianas de triturar espíritu. Evo Morales hereda sólo un país en la ruina. Donde nada – ni economía, ni política, ni administración, ni sociedad, ni economía – funciona. Donde no llegó a haber jamás ciudadanía en sentido propio. Llega sin más soporte ni instrumento que leyendas pueriles, indigenismo colorista y relatos que podrían ser conmovedores para arrullar el sueño y hambre de los niños. Su choque con la realidad será mortífero.
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Miro sus fotos. Releo sus líricas proclamas, que parecen reducir el dilema a un solo medicamento universal: nacionalizar todo. En rigor: estatalizarlo. No puedo evitar resonancias viejas. Nacionalizar fue el filtro mágico del stalinismo. Y del Hitler que definía la peculiaridad de su modelo como “la nacionalización de los trabajadores”. También, la eterna mitología de una Falange Española, sin más programa conocido que el de “nacionalizar la banca”. Alguien dice nacionalizar, y sueña decir algo. Y sólo está saltando hacia el vacío.
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Una honda melancolía, sólo. Ante ese empecinamiento angelical en el desastre. Que pagarán los de siempre. Los más pobres.
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