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La Hora de Paniagua: Decipio

 

Un escándalo que afecta a más de la mitad de los 280 alumnos inscritos en la asignatura de “Gobierno: Introducción al Congreso” –encuadrada en la carrera que en el sistema académico universitario de aquí se conoce como “Ciencias Políticas y Sociología”- se ha cobrado ya dos víctimas en el equipo de baloncesto de la muy prestigiosa universidad de Harvard. Equipo que, por cierto, ganó el campeonato de su Conferencia –la célebre Ivy League- la temporada pasada.

Dos jugadores esenciales de los Crimson de Harvard, Kyle Casey, máximo anotador y capitán del equipo, y Brandyn Curry, segundo capitán de la escuadra, deberán tomarse un año de “excedencia académica” por orden del Rectorado de la famosa universidad. “Un año de excedencia académica” es un eufemismo -muy harvardiano, por cierto- que en Román Paladino quiere decir que expulsan a esos chicos de la universidad por un año. Lo cual puede afectar a su elegibilidad futura en la NCAA y, muy probablemente, a sus vidas también.

Esta acción disciplinaria se ha tomado por parte de las más altas autoridades académicas de la mítica universidad de la Ivy League, tras conocerse que estos dos estudiantes-atletas copiaron en varios exámenes y utilizaron “elementos de apoyo no permitidos” -que hicieron un “copia y pega” de trabajos publicados en Internet, vaya- en diversos tests de esa asignatura. Los últimos indicios apuntan a que habría también jugadores del equipo de fútbol involucrados en esta misma historia quienes, sin duda, correrán la misma suerte que Casey y Curry.

Es preciso señalar, primero, que no solo algunos estudiantes-atletas de Harvard han copiado en los exámenes. Como hemos dicho en la introducción de esta columna, se trata de un fraude masivo en el que 180 alumnos –de 270- que se apuntaron a esa asignatura de Políticas y Sociología han cometido fraude académico. Y, segundo, que el hecho de que estos alumnos pertenezcan a la legendaria universidad de Harvard, fundada hace 367 años y alma mater de innumerables prohombres de los cinco continentes del plantea Tierra desde que el tiempo es tiempo, hace que este escándalo adquiera una magnitud mucho mayor todavía.

Por lo que se va sabiendo acerca de las reacciones de muchos de estos alumnos, no deportistas, acusados de fraude académico es que casi todos ellos utilizan la misma excusa para justificar su conducta: que los estudiantes-atletas de la universidad de Harvard han disfrutado siempre, de manera más o menos velada, de una cierta permisividad académica a la hora de completar sus deberes y también de un trato de favor a la hora de hacer los exámenes.

No tengo evidencia alguna de que Harvard tenga institucionalizado el sistema habitual que sí se da en casi todo el universo de la NCAA, el cuerpo de gobierno que regula la competición deportiva universitaria en los Estados Unidos. En ese sistema, los estudiantes-atletas de una universidad gozan de muchos privilegios que los alumnos de a pie no disfrutan. Baste un ejemplo que nadie me ha contado. En una célebre Universidad del Oeste de los Estados Unidos, es legendaria –que no leyenda- la pregunta que se les puso en un examen a nueve jugadores del equipo de baloncesto de esa escuela: ¿Quién está enterrado en la tumba de Ulises Grant?, rezaba el enunciado. Y estoy hablando de algo que sucedió a principios de los años 80 del siglo pasado.

Ahora, para más inri, se obliga a los chavales de instituto a completar al menos un curso académico en una universidad adscrita a la NCAA antes de saltar a la Liga Profesional NBA. Son los chicos llamados “one-and-done”, “uno-y-se acabó”, en el argot baloncestístico. Pues bien, hay estudiantes-atletas, one-and-done, que ni siquiera pisan un aula durante ese año de formación académica forzosa. Y  los que sí la pisan, normalmente se apuntan a asignaturas “marías” tales como “Actividades de Recreo” o “Asuntos Domésticos”. Y, encima, los tutores, los entrenadores, y, en algunos casos hasta los propios profesores –sin duda dando rienda suelta a su yo más forofo- ofrecen a los chavales las respuestas de los exámenes en bandeja de plata.

Sin embargo, este fraude académico masivo que se ha destapado ahora en la Universidad de Harvard, y que ha afectado tanto a alumnos-deportistas como a alumnos, digamos, normales, denota algo mucho más profundo. Copiar con “chuleta” o con otros métodos similares, “fusilar” el trabajo de otro u otros alumnos, tomar atajos vía Internet, y ya no digamos que los propios tutores académicos te avisen de las preguntas que van a caer en el examen, se considera en Harvard un fraude: un fraude no solo académico sino también moral. Por eso, imagino que ahora mismo en Harvard –cuyo lema centenario es “Véritas”, “Verdad”- este engaño masivo debe de estar siendo un auténtico calvario para la institución.

Pero, con todo, me parece que lo más chocante de este asunto del fraude en Harvard no es solo que la legendaria escuela de la Ivy League haya caído en el mismo abismo de trampas en el que ya están asentadas otras instituciones académicas de mucho menos rango. Lo más espeluznante de toda esta historia es que la inmensa mayoría de esos alumnos que han sido pillados plagiando no es consciente de que haya hecho algo mal.

Seguramente en un intento de justificar lo injustificable, muchos de esos chicos argumentan que han hecho lo mismo que hacen muchos estudiantes-deportistas de la universidad; chavales a los que se les considera una casta privilegiada dentro de la casta de brahmanes que ya de por sí son los alumnos de Harvard y del resto de la Ivy League.

Es muy difícil para mí determinar cuál es la cura al fraude académico. Probablemente  sería preciso romper el manto de deshonestidad que cubre a la sociedad estadounidense en estos tiempos y que está llegando a pervertir incluso a su propio universo académico; a sus generaciones futuras, al fin y al cabo.

Por otro lado, ese ente llamado NCAA, asentado en su mundo paralelo de estudiantes-atletas y de “one-and-done”, todos ellos supuestamente amateurs, lleva tiempo sumido en la falacia. Una  utopía cada vez más disfuncional que ha permitido que florezca en su seno una gran mentira en la que no solo se ha pervertido el concepto de estudiante-deportista que la propia NCAA dice defender, sino que está permitiendo una enorme injusticia flagrante: que unos pocos se enriquezcan a costa del esfuerzo de muchos chavales que no obtienen beneficio alguno de ese suculento pastel que ellos mismos ayudan a cocinar con su esfuerzo.

Desgraciadamente, el lema de la NCAA lleva siendo “Decipio”, “Engaño”, desde hace ya mucho tiempo. Demasiado tiempo.

Miguel Ángel Paniagua (publicado en GIGANTES)

Miguel Ángel Paniagua en Twitter: @pantxopaniagua

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