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Antonio Robles

¿Qué es lo peor de los indultos?

Su guerra es un proceso de legitimación de ideas profundamente antidemocráticas vendidas como democráticas.

Se están escribiendo ríos de tinta sobre los indultos. A favor y en contra. Los partidarios, con la letanía de "algo habrá que hacer" y el diálogo, la concordia y el reencuentro como damas de compañía. En contra, argumentos jurídicos, morales, políticos, democráticos, empíricos, históricos... Todos son pertinentes. Yo he insistido y seguiré insistiendo en el pedagógico. A mi modo de ver, la raíz del problema.

Miren, la Cataluña narcisista representada por dos millones de nacionalistas y un presidente de la Generalidad que despreció el miércoles al Jefe del Estado en el Círculo de Economía no nació por generación espontánea, sino sobre un muradal de mentiras para imponer un relato histórico interesado que muchos, demasiados, se han creído. Sobre esa creencia se ha construido el desencuentro de hoy.

Su guerra es un proceso de legitimación de ideas profundamente antidemocráticas vendidas como democráticas. Todo cuanto han hecho desde 1980 ha estado encaminado a imponer el relato de una nación oprimida, levantar un cortafuegos contra toda disidencia a su nacionalismo mediante la manipulación del lenguaje y crear las condiciones objetivas para asaltar la ley y ponerla a su servicio. O sea, generar un marco mental donde vender su contrabando sin contratiempos e instaurar una atmósfera de impunidad. Ese pulso por la credibilidad necesitaba arrastrar a una mayoría social a sus convicciones, cargarse de razones, aunque fueran falsas, pasar por víctimas, aunque actuaran sin descanso como verdugos, hasta lograr un clamor capaz de cegar a Cataluña entera e internacionalizar el "conflicto" para deslegitimar la democracia española.

Pues bien, cuando esa guerra cultural empezaban a perderla tras 40 años de hegemonía y la Cataluña constitucional cogía aire y fuerza, cuando muchos de sus partidarios se sentían estafados y ofendidos, y sus responsables en prisión, llega Sánchez y se amolda a su relato, legitima sus razones e internacionaliza su "conflicto". Para este viaje nos podríamos haber ahorrado las alforjas.

Toda la construcción nacional que inició Pujol y que ahora llaman procés está basada en la persuasión engrasada, en la educación, en la manipulación, en una palabra, en la pedagogía para hacernos ver lo que no vemos y aceptar como sano lo podrido. Dice la psicología de aeropuerto que el mundo no es como es, sino como lo percibimos. Pues eso, en esa disputa, en esa guerra cultural, en ese pulso entre manipuladores de emociones y defensores de razones, lo que nos jugamos es el pulso entre la creencia en un relato que nos ha llevado al enfrentamiento y las razones democráticas que nos hemos dado todos como fundamento de la nación.

Para percibir el despropósito, les recomiendo la carta audiovisual que Cayetana Álvarez de Toledo dirigió al rey Felipe VI el 4 noviembre de 2019 en un acto del Círculo de Economía, siendo portavoz aún del PP y candidata por Barcelona. Escuchándola, es difícil imaginarse que alguien hubiera tenido la valentía de dirigirse en ese mismo escenario el miércoles al Rey. Tras su tono, su pedagogía y su atrevimiento transpira una confianza en las instituciones, en el Estado de Derecho y en nosotros mismos, imposible de percibir hoy tras estos dos años y pico de sanchismo. Escuchándola, se siente la tensión que el miércoles hubiera provocado. ¿Qué ha cambiado? La pedagogía, la legitimación del punto de vista de los sediciosos. El peor escenario, el propio Estado contra sí mismo. El mayor triunfo de la estafa del procés.

PS: En Cataluña no se hacen prisioneros. Por si alguien aún no ha reparado en los millones de excluidos en Cataluña, fíjense en Felipe VI. Un discurso el 3 de octubre de 2017, que en cualquier país democrático sería un paradigma de los mejores valores republicanos, sirvió para ganarse el odio eterno de los dueños del diálogo. Desde entonces es un apestado, el representante simbólico de aquello que detestan aún más, España. Impensable con su padre Juan Carlos I, uña y carne de Jordi Pujol. Ambos vivían del apaciguamiento y otros silencios.

Mientras consientes, te perdonan la vida; pero si te opones, aparece inmediatamente el monstruo que esconde todo nacionalismo, la exclusión del distinto. Esta es la verdadera independencia. Y Sánchez de peón de albañil.

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