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Cristina Losada

El pecado de Mas no será la rilada

No es el incumplimiento lo grave y lo intolerable, sino la promesa.

No es el incumplimiento lo grave y lo intolerable, sino la promesa.

Los partidos que en Cataluña se oponen al referéndum del 9-N y a la secesión están recurriendo, uno tras otro, a un absurdo y contraproducente argumento. Ante los signos que permiten pronosticar que el gobierno catalán no sacará las urnas en la fecha indicada, se han puesto a recriminarle por incumplir lo que prometió. La última expresión de esta peculiar línea de ataque nos llegaba del PSC. Tras recordar que la Generalidad ya ha incumplido plazos y trámites para el referéndum, cosa que siempre gusta al espíritu leguleyo, la portavoz Esther Niubó decía lo siguiente: "Que asuman responsabilidades por ello, por no hacer posible lo que prometieron". Bien. Entonces ¿qué quiere el PSC? ¿Qué Artur Mas cumpla su promesa y haga el referéndum?

Tal vez el PSC no sea el mejor ejemplo: su ficción particular consiste en propugnar una consulta legal en Cataluña, pese a que sabe perfectamente que es imposible. Pero los socialistas catalanes no son de ningún modo los únicos que han optado por esta maravillosa fórmula para atizar a Mas y pegarse un tiro en el pie. Porque no tiene ninguna lógica, al menos ninguna lógica inteligente, que los contrarios al referéndum reprochen a la Generalidad que no vaya a realizar el referéndum que rechazan.

Que Mas incumpla su promesa, que se demuestre que engañó a aquellos que creyeron que iba en serio, es lo de menos. No es el incumplimiento lo grave y lo intolerable, sino la promesa. Sin embargo, a la vista de cómo están orientando su artillería los partidos de la oposición, se diría que están preparándole a Mas una pitada con cloqueos de gallina para el día después: cuando se vea en vivo y en directo que el 9-N es un no-acontecimiento. Le atacarán por rilarse, por echarse atrás, en lugar de atacarle por haberse echado adelante.

En Cataluña, los partidos contrarios a la consulta y la secesión están cayendo en la tentación de utilizar esta crisis como si fuera una crisis cualquiera, una crisis rutinaria; es decir, como un trampolín para lanzarse a la piscina electoral. Algunos ya reclaman la convocatoria de autonómicas en cuanto pase, esto es, en cuanto no pase nada el tal día de noviembre. Más aún, los aprendices de brujo calculan los beneficios de que fuese ERC la ganadora. Creen, por ejemplo, que eso daría un susto de muerte a las gentes respetables que apostaron por la aventura de Mas esperando sacar alguna ventaja fiscal o de otro tipo, pero no quieren saber nada de la independencia. Vale, ¿y no sería más sensato ahorrarse la experiencia de ver a Junqueras saliendo al balcón? Pienso que sí, pero mucho me temo que el desatino político es peligrosamente contagioso.

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