Menú

Espadas y tiburones

Un tablón tendido entre dos barcos, tal vez en mitad de un abordaje. Dos hombres enfrentándose con sus espadas encima del tablón, sabedores de que solo puede quedar uno vivo. A la dificultad de la lucha se suma la necesidad de mantener el equilibrio: un paso en falso y caerías al mar, infestado quizá de tiburones.

Esa escena es tan socorrida, que todos tenemos la sensación de haberla visto decenas de veces en películas antiguas de Hollywood. En algunas ocasiones varían los elementos, y la lucha a muerte entre los espadachines tiene lugar en un árbol atravesado sobre un río caudaloso. O en lo alto de una muralla, sometiendo a los dos hombres a la amenaza de caer al vacío. Pero el planteamiento es siempre el mismo: la lucha a muerte simultánea contra la espada de tu enemigo y contra la muerte segura que aguarda al que cae.

Ayer se produjo en el Congreso la segunda votación de la sesión de investidura de Pedro Sánchez. Continúa así la lucha sin cuartel entre un Sánchez y un Rajoy perfectamente conscientes de que solo puede quedar uno. Aquel de los dos que pierda la batalla no solo dice adiós a la Moncloa, sino también a su carrera política. No puede Rajoy aceptar que sea otro el que encabece el gobierno, ni siquiera alguien de su propio partido, porque equivaldría a ser licenciado de la presidencia con deshonor: si deja que algún otro presida el gobierno, Rajoy quedaría para la Historia como el presidente al que la corrupción expulsó. Tampoco puede Sánchez renunciar a la oportunidad que tiene de alcanzar la presidencia: si deja pasar la ocasión, es altamente probable que no vuelva a tener otra.

Los tiburones de ambos partidos aguardan abajo a que Sánchez o Rajoy den un traspiés. En el Partido Popular, los candidatos a suceder al inquilino de la Moncloa se multiplican como las setas en otoño. Ninguno de ellos asomará la cabeza fuera del agua, por si se la vuelan de un dossierazo certero. Pero no dudarán un segundo en despedazar a Rajoy al alimón, si alguna vez pierde éste el equilibrio. En el Partido Socialista, los tiburones que devorarían a Sánchez en caso de caída tienen ya elegido al sustituto. O mejor dicho, a la sustituta. Aunque tampoco cabe exigir a un tiburón demasiada fidelidad a los pactos.

Son los dos espadachines el principal obstáculo para un gobierno de coalición. Uno de los dos debe renunciar, pero ninguno de ellos va a hacerlo. A menos que un dossier o un acontecimiento inesperado les fuerce a arrojarse al vacío, los dos aguantarán hasta que el enemigo caiga.

Descartada la gran coalición por los intereses enfrentados de Rajoy y Sánchez, solo quedan por tanto dos opciones: ese tripartido PSOE-Ciudadanos-Podemos que se acaba de intentar formar sin éxito y el gobierno de izquierda PSOE-Podemos con apoyo activo o pasivo de los separatistas. La primera de las opciones cuenta con el veto de Podemos. Solo queda por tanto el gobierno de izquierda. O nuevas elecciones.

En esa guerra de nervios, Rajoy tiene las de ganar, porque a él sí le conviene ir a a las urnas. No necesita obtener una mayoría absoluta: le basta con mejorar, aunque sea ligeramente, el resultado del 20 de diciembre. Cualquier pequeña mejora en junio le permitiría exhibir su nueva victoria para retirarse de escena sin deshonores, dejando la nave al mando de Soraya.

Pedro Sánchez, por el contrario, no tiene garantizado seguir al frente del PSOE en caso de nuevas elecciones. Necesita formar gobierno ahora, si quiere asegurarse de sobrevivir. Y Pablo Iglesias lo sabe, de modo que está encargándose de poner sus condiciones. Tantas, que la humillación quizá sea inasumible para el PSOE. Puede que Pedro Sánchez esté dispuesto a pasar por las horcas caudinas, pero algunos de sus compañeros no se lo permitirán.

Los guionistas se reúnen a diario, frenéticos, para tratar de encontrar una solución a la escena. Pero nadie sabe aún por dónde salir. Un traspiés, y el drama está servido.

Herramientas

0
comentarios