Hipócritas llamando a la calma…y a la opresión
Después de intentar infructuosamente, por medio del diálogo, que los empresarios y el ayuntamiento de Birmingham (Alabama) acabaran con la política de segregación racial en los comercios y espacios públicos, el movimiento en defensa de los derechos civiles de los negros, con Martin Luther King a la cabeza, comenzó una campaña de manifestaciones, desobediencia y boicots en la localidad, con el fin de forzar el respeto a las leyes federales que prohibían segregar por razas. Era el 3 de abril de 1963.
Las autoridades locales respondieron a la campaña con una durísima represión. Se usaron camiones de agua y perros contra los manifestantes. Más de 2500 personas fueron arrestadas en el primer mes, desbordando la capacidad de las instalaciones municipales para albergarlas. El propio Martin Luther King daría con sus huesos en la cárcel el 16 de abril, escribiendo allí su más famoso ensayo: "Carta desde la cárcel de Birmingham".
Ese escrito de Martin Luther King fue redactado en respuesta a otra carta que un grupo de sacerdotes, pastores protestantes y rabinos publicaron, acusando a los manifestantes por los derechos civiles de ser extremistas y pidiéndoles que cesaran en sus actos de protesta, porque estaban provocando violencia.
La respuesta de Martin Luther King, afeando a esos líderes religiosos que se pusieran del lado de los opresores con su fingida equidistancia, fue demoledora. Les sacó los colores al señalar cómo habían callado mientras los derechos civiles de los negros se pisoteaban en Birmingham; cómo las fuerzas del orden locales eran usadas para prolongar la injusticia, en vez de para proteger la justicia; cómo el extremismo en defensa de los más elementales derechos no sólo no es malo, sino que constituye una obligación y cómo la responsabilidad de la violencia era de quienes querían perpetuar la segregación, no de quienes recurrían a la desobediencia civil para acabar con ella.
Las protestas continuaron, arropadas por un número cada vez mayor de personas en todo Estados Unidos. Y tras más de un mes y medio de parálisis de la ciudad, los comerciantes y autoridades municipales se avinieron por fin a negociar y la segregación racial en Birmingham tocó a su fin. Aquella campaña fue, además, el principal detonante de la decisión del presidente Kennedy de intervenir con la Guardia Nacional para imponer el fin de la discriminación a los negros.
Como dice el propio Martin Luther King en su carta: "Es un hecho histórico, por desgracia, que Los grupos privilegiados raramente renuncian a sus privilegios de forma voluntaria". De no ser por aquellas campañas de desobediencia, de no ser por aquellos "extremistas", de no ser porque hubo centenares de personas dispuestas a plantar cara a quienes desde la propia administración o desde la sociedad buscaban perpetuar la injusticia, la segregación racial no habría acabado jamás.
Si fuera por aquellos vergonzosos líderes religiosos que tildaron a Martin Luther King de extremista y que pidieron a los manifestantes que depusieran su actitud en aras de la concordia, los negros todavía se sentarían en la parte de atrás de los autobuses.
Miren ahora hacia Cataluña: miren a quiénes se discrimina en esa comunidad autónoma; miren quiénes usan las fuerzas de policía locales para amedrentar o reprimir a quienes reclaman sus derechos; miren quiénes incumplen las leyes de rango superior que protegen los derechos de todos los catalanes...Y miren, sobre todo, a quienes, desde su hipocresía y su falsa equidistancia, hacen llamamientos a, por ejemplo, no quitar lazos amarillos, con el fin de evitar la tensión.
Los separatistas oprimen a la mitad de los catalanes, pero su opresión es cristalina, diáfana. No es problema, por tanto, combatirla. Se podrá ganar o perder la batalla, pero el enemigo está claro y la batalla se plantea en términos de lucha por los derechos.
Mucho peor que los separatistas son aquellos que piden, como esos líderes religiosos a los que Martin Luther King contestaba, que los oprimidos sigan aguantando por siempre las humillaciones y las negaciones de derechos. Porque debajo de su pretendida objetividad se esconde el más fiel aliado de los opresores y de la opresión.