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Los Barnabotti

Que todas las castas tienden a proteger a sus componentes, es una obviedad. Un ejemplo curioso lo constituyen los denominados 'Barnabotti' venecianos.

Venecia fue una república independiente durante mil años, hasta que Napoleón la conquista en 1797. Se trataba de una república con características muy particulares, que la asemejaban a una monarquía electiva. El gobierno de la ciudad correspondía a la nobleza local, los llamados patricios, que formaban el denominado Gran Consejo, encargado de elegir periódicamente a uno de sus miembros como Gran Dux de Venecia.

A diferencia de otros estados medievales, la nobleza en Venecia no descansaba en la posesión de la tierra, sino en el comercio. Los patricios venecianos fueron capaces de levantar un imperio comercial que cubría las costas del Adriático, del Egeo, de Oriente Medio e incluso del Mar Negro, logrando plantar cara a los otomanos allí donde el Imperio Bizantino sucumbió.

El poderío comercial veneciano se veía favorecido por la tolerancia religiosa de la república, que le permitía actuar de intermediario entre Europa y los estados musulmanes del norte de Africa, así como entre los estados protestantes del norte y los católicos del sur.

Pero, inevitablemente, quien se dedica a actividades comerciales corre riesgos que le pueden llevar a la ruina. Y quien hereda de sus padres una fortuna y no la sabe administrar o la dilapida, puede acabar en la indigencia. Y eso fue lo que le pasó a muchos nobles venecianos a lo largo del tiempo. Ahí es donde entran en juego los mecanismos de autoprotección y solidaridad de la casta.

Los nobles venecianos arruinados continuaban formando parte del Gran Consejo. Y, obviamente, la nobleza veneciana no podía permitir que los miembros del Gran Consejo se vieran rebajados a trabajar con sus manos por cuenta ajena para ganarse la vida, como el resto de los mortales. Así que cuando un noble se arruinaba, el estado veneciano le concedía una modesta pensión para que pudiera vivir dignamente sin trabajar, e incluso le asignaba lo que hoy denominaríamos un 'piso de protección oficial', en un barrio de Venecia situado en los alrededores de la Iglesia de San Bernabé (San Barnaba). Del nombre de ese barrio le viene el apodo de 'Barnabotti' a esa nobleza veneciana empobrecida.

La pensión y la vivienda a cargo del estado no eran las únicas ayudas que la república veneciana daba a los barnabotti. Con el correr del tiempo, el estado concedió a algunos de aquellos nobles una licencia para regentar en sus viviendas los denominados 'ridotti', casas de juego que fueron los antecedentes de los modernos casinos. En aquellas casas de juego era obligatorio llevar máscara, excepción hecha de los croupiers, que eran los propios barnabotti dueños del local. Entre los visitantes ilustres de aquellas casas de juego, hay uno que les sonará a todos ustedes: Giacomo Casanova.

Por supuesto, cuando una casta protege de esa manera a sus miembros caídos en desgracia, suele ser tanto por solidaridad de grupo, como porque esos miembros siguen teniendo alguna utilidad. Y por supuesto que los barnabotti la tenían: al seguir formando parte del Gran Consejo, sus votos continuaban siendo valiosos para las facciones en disputa y para los que aspiraban a seguir una carrera política. De hecho, los barnabotti completaban sus ingresos vendiendo directamente sus votos al mejor postor, con el mayor de los descaros.

Los barnabotti se terminaron cuando Venecia cayó en manos, primero de los franceses y luego de los austriacos. A los nuevos amos les importaban un bledo esos nobles holgazanes, inútiles y siempre inclinados a conspirar de la mañana a la noche, con lo que aquellos de los últimos barnabotti que no fueron capaces de ponerse a trabajar, terminaron sus días en la indigencia más absoluta.

Es una historia curiosa, ¿verdad? Ahora miren a su alrededor y observen qué hace en España la casta con sus miembros caídos en desgracia. Miren los chollopuestos que se conceden a quienes pierden una elección en su ayuntamiento o en su comunidad. Miren a los políticos periclitados hacinándose en el Parlamento Europeo, o en los consejos de dirección de empresas públicas, o en los puestos de senador por designación autonómica. Pase lo que pase, si uno es fiel al líder y al grupo, algún acomodo se le encontrará para que no tenga que ponerse a trabajar como el resto de los mortales, una vez que le han echado los electores de su puesto.

Nosotros, como ven, también tenemos a nuestros barnabotti. Los tiempos cambian, al igual que lo hacen las circunstancias accesorias. Pero los principios fundamentales de organización social son invariables.

Los años pasan, pero la casta permanece.

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