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Tocarse los cojones

En un rapto de sinceridad solo posible en quien cree no estar siendo escuchado, un exdiputado autonómico del Partido Popular le hacía este comentario a uno de los imputados en la Operación Púnica: "Estoy tocándome los cojones, que para eso me hice diputado".

La frase, junto con otras de un gusto igualmente dudoso, figura en las transcripciones de las intervenciones telefónicas del sumario, que arrojan luz sobre el modo de proceder de la trama. Nada nuevo bajo el sol: comisiones por aquí, concursos públicos por allá, tráfico de influencias por la mañana, regalos lujosos por la tarde y enchufismo por la noche. No falta ni siquiera lo de la compra de billetes de lotería premiados, para blanquear dinero de la corrupción.

Lo que sí varía de una trama corrupta a otra son los pequeños detalles, las anécdotas, las expresiones afortunadas que terminan convirtiéndose en símbolo. Igual que la Gurtel permanecerá asociada en nuestra memoria a lo de "Amiguito del alma, te quiero un huevo", e igual que el caso de los EREs estará ya siempre vinculado a lo de "Mi hijo tiene dinero p'asar una vaca", la Púnica será ya siempre simbolizada por el tío que se hizo diputado para tocarse los cojones.

La verdad es que hay que agradecerle a este buen hombre la sinceridad. Sospechábamos que la mayoría de los diputados de las diecisiete autonomías no hacen otra cosa que rascarse las pelotas a dos manos mientras cobran sueldos, complementos y dietas, pero reconforta ver nuestras sospechas confirmadas por uno de los beneficiarios del chollete. ¡Qué buena manera de ilustrar la verdadera utilidad del estado autonómico: multiplicar por diecisiete el número de personas dedicadas al noble arte del rascapelotismo!

Aunque, en realidad, la cosa es aún peor de como este sincero diputado la describe. ¡Ojalá que los diputados autonómicos se dedicaran simplemente a rascarse las pelotas! Lo malo es que toda esta panda necesita justificar su propia existencia, porque si no, se acababa la rascapelotez. Así que de vez en cuando, el sufrido diputado rascapeloteador saca una de sus manos de la entrepierna y la levanta para votar tal o cual norma legislativa que no solventa nunca ningún problema, pero complica la vida un poco más al ciudadano de a pie.

Así que el tiempo que no dedican a rascarse las pelotas, lo emplean en amargarnos la existencia con legislativo sadismo.

Y ni siquiera queda ahí la cosa. Porque algunos diputados, especialmente activos, aún encuentran tiempo (después de rascarse las pelotas y de aprobar leyes demenciales) para robar a manos llenas el dinero que tanto nos cuesta ganar.

Cobrar de nuestros impuestos por no hacer nada, enterrarnos en montañas de legislaciones inútiles o paralizantes y, si tienen la oportunidad, trincar a mansalva. ¡Esa es la dura vida de los políticos autonómicos españoles!

Permítame el rascapelotudo diputado de la Púnica que le confiese algo: lo que a mí más me molesta no es que ustedes se toquen los cojones, sino lo mucho que nos los tocan a los demás.

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