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Pablo Molina

Que el Señor nos proteja

Más que un Consejo de Ministros, el nuevo Gobierno parece una escuadrilla de demoliciones dispuesta a realizar un trabajo concienzudo.

La remodelación ministerial llevada a cabo por Zapatero es de las que meten el miedo en el cuerpo, a pesar de que creíamos que la capacidad de sorpresa de los españoles con este Gobierno había tocado techo. Zapatero sigue al frente del Ejecutivo, maldita sea, primer dato decepcionante de esta remodelación, pero junto con la cuota de sectarismo, cubierta con las incorporaciones de un par de cejateros de distinta procedencia, lo más llamativo es la llegada al Gobierno de José Blanco y Manuel Chaves, éste último haciendo doblete tras su inolvidable paso por el felipismo.

Probablemente Blanco haya pedido personalmente a Zapatero la cartera de Fomento, dado que las comunicaciones con los bellos parajes de la costa gallega, en uno de los cuales se ha construido un casoplón ligeramente ilegal, necesitan un empujón para conectarlos con el centro de España, trayecto que el flamante ministro se va a ver obligado a realizar muchos lunes durante su mandato.

En cuanto a Chaves, salvo que se lleve consigo a Gaspar Zarrías, suceso que bien podría ocurrir en atención a los brillantes servicios prestados en Andalucía, su llegada al Ejecutivo parece más una huida estratégica Despeñaperros arriba, exigida por el interesado, que la libre decisión de un presidente del Gobierno que, según sus propias palabras, pretende dar un nuevo impulso a la política nacional. Si se trata de dar un buen empujón a las cifras del paro, la elección del expresidente andaluz es impecable, dada su acrisolada trayectoria en la materia cuando ejerció esas competencias nacionales. Pero en medio de una recesión económica brutal no parece una decisión propia de alguien en sus cabales, aunque sea para desempeñar una cartera como la de "Cooperación Territorial".

El drama de la España de Zapatero es que necesita un ministerio de cooperación territorial, porque los territorios no cooperan entre ellos voluntariamente –como sería lógico en un país normal– sino más bien todo lo contrario. El poner al frente de esa responsabilidad a un político fracasado en todos los cargos que ha desempeñado, demuestra lo que le importa verdaderamente al jefe del Ejecutivo la cohesión nacional.

Más que un Consejo de Ministros, el nuevo Gobierno parece una escuadrilla de demoliciones dispuesta a realizar un trabajo concienzudo. Siempre puede ocurrir un milagro, claro, pero como dijo el obispo de Málaga asomándose a la ventana cuando una representación de fieles le pidió permiso para sacar a la patrona en rogativa durante una sequía, "no parece que el tiempo esté de lluvia".

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