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El secreto está en Perpiñán

El giro copernicano que ha dado la política española en apenas un año es todo un desafío para los politólogos de hoy y los historiadores de mañana. De vivir en un país normal, que se respetaba a sí mismo y respetaba a los demás, hemos pasado a vivir una anómala situación de vértigo constante. Con un Gobierno que no respeta a nada ni a nadie. A excepción de su clientela particular de extremistas, a quienes adula hasta la náusea. Con las alianzas internacionales hechas pedazos por una peligrosa combinación de irresponsabilidad y sectarismo. Con las cosas de casa revueltas, tan revueltas que en poco más de doce meses España se ha quedado en poco más que un edificio declarado en ruina y que exige ser demolido sin más demora.
 
Los que todavía anden buscando la razón última de todo este desbarajuste pueden ir, desde ya, descartando obtusas teorías. El secreto de la receta que Zapatero está ensayando sobre nuestras sufridas espaldas se encuentra allende nuestras fronteras, en la rosellonesa y un día española ciudad de Perpiñán. En ese lugar, hace año y medio, los mismos que ayer ejercieron de socorrido báculo del PSOE en el Parlamento, se reunieron a escondidas con la banda terrorista ETA. Y se armó un justificadísimo y más que considerable revuelo. Hace sólo unas horas, por hacer casi lo mismo, no ha pasado nada. Esa es nuestra realidad, nuestra doliente realidad, la realidad de constatar que Miguel Ángel Blanco murió en vano. 

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