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En la muerte de Lodares

La carretera se ha llevado por delante a uno de los más grandes intelectuales –en el buen sentido de la palabra– de esta hora: Juan Ramón Lodares, lingüista liberal –haberlos haylos– y, por tanto, refractario al romanticismo obsceno y falsario de los nacionalistos (no hay errata) y sus mariachis.
 
Lodares, haciendo bueno el dicho horaciano, enseñaba deleitando historia de las lenguas de España, y al hacerlo daba los mejores argumentos para hacer oídos sordos a las voces ancestrales que claman por que regresemos a la caverna, por clausurar las sociedades abiertas y devolver el individuo al último lugar de todas las filas.
 
Los esencialistas, las fuerzas de la reacción se la tenían jurada, como recordaba hace unas fechas el profesor Rodríguez Braun. Y es que Lodares era un provocador; sólo así puede entenderse que escribiera, por ejemplo, lo que sigue: "Lo peor de las leyes de defensa del idioma es que pueden degenerar con facilidad en leyes de ataque a las ideas".
 
El pasaje anterior pertenece a su última obra, El porvenir del español, donde da cuenta de las venturas y desventuras que tiene ante sí la lengua de Cervantes, "nuestro petróleo", como gustaba de denominarla, siguiendo aquí, y en tantas otras cosas, a su maestro, Gregorio Salvador.
 
No se nos ocurre mejor manera de rendirle homenaje que recomendar vivamente la lectura de sus obras y emplear sus argumentos en la batalla de las ideas; para vencer y, si se dejan, convencer a los enemigos de la libertad.
 
Descanse en paz.

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