
Toda España debió ser Paracuellos
Pedro Fernández Barbadillo se pregunta ¿Cómo puede odiar tanto la izquierda? Atención al dato:
¿Alguien se imagina lo que ocurriría si Federico Jiménez Losantos o Pío Moa o Ricardo de la Cierva escribiesen: "Quizá ha llegado el momento de reivindicar a Himmler. Toda Europa debió ser Auschwitz".Pues Félix Martínez, redactor-jefe de El Mundo de Cataluña, ha escrito un artículo infame que concluye con estas palabras:Quizá ha llegado el momento de reivindicar a Carrillo. Toda España debió ser Paracuellos.Martínezs incluye entre los vencidos de la guerra civil. ¡Él, que tenía siete años cuando murió Franco! ¡Qué capacidad para el odio! ¿Es que quieren que les den licencia para matar?
Hay quien piensa que La SGAE no defiende a los autores:
A pesar de su constante discurso de defensa a los autores, la SGAE parece defender solamente los económicos ideales de sus ejecutivos. Eme Navarro da 10 razones para demostrarlo: “Se gastan millones en campañas antipiratería, jornadas y formación a jueces, palacios pero no son capaces de luchar por la creación de la profesión de artista”.
En Estados Unidos hay 9 ciudades con más de un millón de personas. Nueve. No está nada mal. Claro, que en China hay 49 ciudades con más de un millón de almas.
José García Domínguez ironiza sobre las comunidades de Elorriaga y ellos.
Australia. Pierden los conservadores y ganan los socialdemócratas. El bloguerío internacional liberal-conservador había advertido de que cualquiera que fuese el resultado, las malas noticias serían para la izquierda. ¿Por qué? Leemos en Free Exchange que su autor está sorprendido de que
Kevin Rudd, electo primer ministro de Australia, ofreció una conferencia en profundidad sobre Friedrich Hayek (PDF) hace ahora un año en el Centre for Independent Studies.
Y muy favorable. No hay ningún nuevo Zapatero en el mundo, precisamente.
La socialdemocracia española ya no sabe vivir sin fascistas, de un modo sospechosamente parecido a cómo los nacionalistas no sobreviven sin traidores. Esta necesidad provoca que jóvenes delincuentes callejeros se vean repentinamente ennoblecidos con el grotesco apodo de antifascistas. O que los disidentes del apocalipsis climático vean cómo les prenden en la solapa la negra estrella amarilla de negacionistas. Un grave problema es que el desprecio del sentido y estas sombrías maneras liquidacionistas hayan pasado de la sudoración del mítin a las columnas de los periódicos.
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