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El imperio de las cloacas

Hoy, el periódico El País se hace eco de informes del Ministerio de Interior y del Ministerio de Defensa que describen minuciosamente el ataque a la embajada en Kabul del pasado 11 de diciembre.

En esos informes se narra cómo los talibanes afganos empotraron contra la tapia del complejo de edificios de la embajada un coche cargado de explosivos y conducido por un suicida.

A continuación, otros tres terroristas, armados con fusiles y granadas de mano, entraron en el complejo y abatieron a uno de los policías españoles. Las personas presentes en el complejo se refugiaron en la propia embajada y en uno de los dos edificios destinados al personal. Cuando se percataron de que uno de los policías no estaba, salieron de su refugio otros dos a intentar localizarlo ,y es entonces cuando resulta alcanzado un segundo policía español, que queda herido en el patio. Varias horas estuvo allí hasta que es rescatado, aun con vida, por los efectivos militares afganos, noruegos y americanos que abaten a los terroristas y liberan al personal retenido. Aunque ya no podría hacerse nada para salvar a ese segundo policía español.

Se pone así de manifiesto cómo, una vez más, nuestra clase política nos ha mentido en lo que respecta a un atentado terrorista. Una vez más, se ocultó información a los españoles, se dieron datos falsos y se demostró que las tareas de información y de comunicación presentan deficiencias impropias de un estado democrático.

Se nos dijo la verdad en los primeros minutos tras el ataque: que la embajada había sido atacada. Pero a continuación se dio marcha atrás y comenzó la tarea de intoxicación de la opinión pública, afirmando que el objetivo era una casa de huéspedes. Mentira.

Si esa intoxicación nació en el seno del gobierno, o en un nivel más bajo de los ministerios de Interior o de Defensa, o en nuestros servicios de información, es irrelevante. El caso es que alguien, en algún lugar, decidió que había que decir que no se trataba de un ataque contra España. Alguien decidió que había que mentir a la opinión pública. Y se mintió.

Como también resulta irrelevante por qué se mintió. ¿Fue porque estábamos en campaña electoral y un ataque terrorista contra España hubiera alterado el inestable equilibrio de manipulaciones de la opinión pública? ¿Fue porque hacía pocos días se habían producido los atentados de París y reconocer un ataque contra España nos hubiera obligado a mostrarnos más cooperadores en la guerra internacional contra ISIS? Da lo mismo la razón. El caso es que se mintió.

Se mintió como se lleva mintiendo décadas en España en todo lo referido al terrorismo. Usando la información a medias, dosificándola como conviene al clima político de cada momento, intoxicando a la opinión pública con mentiras descaradas, ocultando todo aquello que es mejor que no se sepa… Y todo ello, además, de la forma más chapucera posible, aprovechando que los medios de comunicación españoles están dispuestos a tragar con todo.

Se nos dijo que el objetivo del ataque de Kabul no era la embajada, sino una casa de huéspedes adyacente. Y, como justificación de esa mentira, se exhibió… ¡un mensaje de Twitter de un supuesto talibán! ¡Y la mayoría de los medios de comunicación aceptó la mentira con la mayor naturalidad del mundo!

¡Daba igual que la embajada hubiera sido medio arrasada, que hubieran muerto dos policías españoles o que el personal al servicio de la legación diplomática española hubiera estado sitiado doce horas! La mayoría de los medios se hizo eco de la estupidez de la casa de huéspedes sin el más mínimo rubor.

¡Qué más da que todas las fotografías mostraran los destrozos de la embajada y en ninguna apareciera esa fantasmagórica casa de huéspedes! La mayoría de los medios aceptó sin rechistar la consigna de silencio y repitió las intoxicaciones con militar disciplina.

Con honrosas excepciones, los medios de comunicación y los periodistas españoles hemos vuelto a demostrar que mereceríamos vivir en una república bananera, en la que el dictador nos pasara todos los días el listado de cosas de las que se puede hablar y de las que no, de lo que se puede decir y de lo que no se debe ni mencionar.

¿Y qué decir de nuestras fuerzas políticas? ¿Ha habido alguna que levantara la voz en su momento para decir: "Oiga, esto que están ustedes contando de Kabul es una bazofia sin sentido"? ¿Ha habido alguna que exigiera que por una maldita vez no se mienta a la opinión pública española en un tema relacionado con el terrorismo? Ninguna.

Hasta tal punto es impune la mentira en España en temas de terrorismo, que ya se miente por costumbre. Por si acaso. Por si en el futuro hace falta manipular a la opinión pública en tal o cual sentido. Y todo se convierte en una cloaca infecta, en la que la información veraz se amontona en los cajones, mientras todos construyen falsedades moldeables, engordan los dossieres de chantajes mutuos y tratan a los españoles como menores de edad, que no tienen derecho a saber.

Y eso, señores, no es una democracia.

Allí donde las cloacas mandan, no puede existir gobierno del pueblo.

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