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¿España no tiene solución?

A principios de la década de 1460, España, dividida en cuatro reinos (Castilla, Aragón, Navarra y Granada) estaba sumergida en el caos.

En Castilla, Enrique IV, un soberano abúlico y sin el menor interés en las tareas de gobernación, dejaba los asuntos del reino en manos de los validos de turno, y los enfrentamientos entre dos de ellos, Juan Pacheco y Beltrán de la Cueva, marcarían todo el reinado. La nobleza, dividida en banderías, buscaba tan solo acrecentar el poder de cada señor feudal y cada facción, y el reino vivió durante décadas una casi constante guerra civil entre el rey Enrique, sus hermanastros Alfonso e Isabel y la hija ilegítima de Enrique, Juana la Beltraneja. En una constante lucha por conseguir apoyos en los sucesivos enfrentamientos, el poder real se va debilitando y el rey va teniendo que entregar posesión tras posesión para comprar lealtades, sumergiéndose la Corona en un descrédito paulatino.

En Navarra, los enfrentamientos entre Juan II de Aragón y su hijo el Príncipe de Viana desembocarían también en la guerra civil, resolviéndose la querella dinástica con la muerte en cautiverio del príncipe.

En Aragón, la guerra social entre la nobleza (la Biga) y la burguesía (la Busca) estalló con toda virulencia en Cataluña, alzándose los nobles catalanes contra Juan II de Aragón, al que apoyaban los burgueses. El campesinado, por su parte, se levanta en armas contra la alta nobleza para exigir el fin de las crueles condiciones de servidumbre; fue la denominada primera guerra de los payeses de remensa.

Los tres reinos cristianos españoles se encontraban, por tanto, inmersos en sus respectivas guerras civiles. La autoridad real era inexistente o estaba fuertemente contestada por la alta nobleza. Y la intervención de cada monarca en los asuntos internos de los reinos vecinos era constante, como también eran constantes los intentos de alianza matrimonial, que constituían una herramienta más del perpetuo enfrentamiento entre dinastías y facciones.

Cualquiera que hubiera vivido en España a principios de la década de 1460 habría pensado, sin duda ninguna, que aquellos reinos españoles no tenían remedio y que perecerían, antes o después, a manos de cualquier invasor extranjero, víctimas de la codicia y el egoísmo de los nobles que se los disputaban.

Y sin embargo, solo 30 años después, Aragón y Castilla se habían unificado; la nobleza había sido metida en cintura; los Reyes Católicos tomaban el último reino musulmán de la península, el de Granada; se completaba la conquista de las Islas Canarias; una expedición española al mando de Colón descubría América y España se convertía en la primera potencia del mundo conocido.

¿Qué había cambiado en 30 años, para que España pasara del más espantoso caos a primera potencia mundial? ¿Eran distintos los españoles en 1490 que en 1460? ¿Era distinto el clima, o la geografía? España y los españoles seguían siendo los mismos. La única diferencia era el buen gobierno.

Cuando miramos hoy en día a nuestro alrededor, ¿qué vemos? Gobernantes abúlicos, validos corruptos, querellas intestinas entre facciones, resentimiento social debido a las injusticias, tensiones territoriales, aprovechados de todo tipo y, en general, un egoísmo cortoplacista y ramplón. Y nos desesperamos al ver cómo todo eso nos hace desperdiciar el 90% de las energías en rozamiento interno, justo cuando más necesitaríamos concentrarnos en luchar contra la crisis y en adaptarnos a los cambios de todo tipo que se están produciendo en el mundo.

Y parece que España no tiene remedio. Pero en realidad no es así, como tampoco era así, pese a las apariencias, en 1460. Lo único que a España le falta es buen gobierno.

Y si se fijan ustedes, hoy en día tenemos una ventaja con respecto a hace cinco siglos. Por aquel entonces, el tener un buen gobierno dependía de los azares dinásticos, siendo, en definitiva, cuestión de suerte. Fue la afortunada conjunción de dos buenos reyes, Isabel y Fernando, lo que llevó a España a su posición de gran potencia. Los súbditos del común nada podían hacer para cambiar su destino, porque no estaba en sus manos poner o quitar reyes.

Hoy en día, por el contrario, sí está en nuestras manos esculpir nuestro futuro. Porque somos nosotros, y no solo la suerte, quienes decidimos quién nos va a gobernar, quiénes serán los que tengan la oportunidad de tomar las energías que España acumula y construir futuro con ellas.

No se pregunten ustedes si España tiene las energías necesarias para salir de la absurda crisis actual. Por supuesto que las tiene. Pregúntense tan solo: ¿cómo puedo utilizar mi voto para mejorar un poco más la utilización que se hace de esas energías? Si todos nos hiciéramos esa pregunta, dejaríamos de buscar a nuestro alrededor imaginarios políticos perfectos y nos concentraríamos en irnos simplemente deshaciendo de aquellos que más demuestran anteponer su egoísmo al bien común.

España es hoy, como en 1460, un país de gigantes gobernados por enanos. Sin prisa, pero sin pausa, los españoles tenemos ya que empezar a hacernos dueños de nuestro propio destino. Está en nuestras manos hacerlo.

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