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La visita de la vieja dama

La visita de la vieja dama es una conocida obra teatral del prolífico escritor suizo Friedrich Durrenmatt, experto en satirizar la hipocresía de la sociedad que le rodeaba.

La obra transcurre en el imaginario pueblo de Güllen, antes próspero y ahora sumido en la decadencia y aquejado por una fuerte crisis económica. A ese pueblo lleno de deudas llega Claire Zachanassian, una conocida multimillonaria que creció en Güllen y en la que todos los habitantes han depositado sus esperanzas, confiando en que decida invertir allí algo de su extraordinaria fortuna, para que la población pueda así revitalizarse.

Pero cuando todos los habitantes se reúnen para dar la bienvenida a Claire, ésta se descuelga con una propuesta siniestra. Está dispuesta a donar una inmensa cantidad de dinero, la mitad de la cual sería para el pueblo y la otra mitad a repartir entre sus habitantes. Pero, a cambio de esa generosa suma, quiere que alguien del pueblo se preste voluntario para matar a uno de sus vecinos más conocidos: a Alfred, aquel que dejó embarazada a Claire cuando era joven, se desentendió de ella y fue el culpable de que tuviera que irse del pueblo y acabara ejerciendo de prostituta en Hamburgo. El alcalde rechaza, por supuesto, la propuesta de la excéntrica millonaria y los habitantes se muestran horrorizados, pero Claire Zachanassian se queda en el pueblo y dice que está dispuesta a esperar.

Alfred se siente inicialmente tranquilo, gracias al rotundo rechazo que la propuesta de Claire ha recibido en público. Pero con el paso de los días su preocupación comienza a crecer, al ver que los habitantes del pueblo empiezan pronto a comprarse a crédito todo tipo de artículos de lujo, que antes no se podían permitir. Con lo que Alfred empieza a sospechar que ese rechazo público a la propuesta de Claire se está transformando en privado en una conspiración general para matarlo. Incluso la mujer y los hijos de Alfred terminan adquiriendo un nuevo coche, junto con nuevas y costosas ropas.

No les cuento el final de la obra, para que tengan ustedes la oportunidad de leerla, si es que no lo han hecho ya. Si la traigo a colación es solo porque La visita de la vieja dama plantea con gran crudeza y cinismo el tema del envilecimiento de todo un pueblo, que parece estar dispuesto a aceptar la mayor de las indignidades por simple interés. Si leen la obra de Durrenmatt, no dejen de fijarse en el comportamiento de los periodistas que en ella aparecen, porque el escritor suizo consigue retratar de manera magistral, con solo unos cuantos trazos, el aspecto más sórdido de la profesión.

Ayer se celebró en Durango un acto de exaltación proetarra, en el que se dieron cita las decenas de asesinos en serie que Mariano Rajoy ha amnistiado de manera encubierta. Más de trescientos muertos sumaban esos pistoleros que ayer se permitieron el lujo, ante la pasividad del gobierno, de escenificar una nueva humillación a las víctimas y de reclamar la autodeterminación y la excarcelación de los restantes presos de ETA.

Como esa vieja dama de la obra de Durrenmatt, ETA impuso hace tiempo sus condiciones y se sentó a esperar. Y nuestra clase política rechazó primero en público, aparentemente indignada, aquellas condiciones de la infamia. Pero las víctimas del terrorismo y todos los demás españoles - porque en esta tragicomedia real, Alfred somos todos - hemos ido viendo cómo los distintos partidos iban, uno a uno, aceptando en secreto lo que la vieja dama etarra exigía, a cambio de poder gozar del poder.

Incluso aquellos que creíamos más próximos, el Partido Popular, han terminado sumándose a un plan, en el que lo único que queda ya por determinar es cuándo y cómo se propinará el golpe definitivo al estado de derecho. Y todo ello sin que nadie en el partido - ni siquiera gente como Esperanza Aguirre o José María Aznar - levante la voz para desmarcarse de la infamia. Nadie hay, en ese Güllen que habita nuestra casta política, que no esté dispuesto a sacrificar su propia dignidad para salvar su propio interés, que es lo único que les importa.

Ayer, más de sesenta asesinos etarras se dieron cita en Durango. Y dejaron clara constancia de que son ellos los que han ganado. El único consuelo que nos queda es que, al menos, está claro quiénes son los que les han dejado ganar.

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