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Las ratas

Las ratas tienen una característica curiosa: sometidas a estrés, reaccionan defecando. Es por eso que han sido muy utilizadas tradicionalmente por los investigadores del comportamiento animal, sometiéndolas a todo tipo de situaciones complicadas y midiendo su nivel de estrés por el número de veces que defecan.

Permítanme que les hable de uno de esos experimentos. Imaginen que tomamos dos ratas y las metemos en jaulas separadas. En cada una de las jaulas hay un comedero siempre lleno de comida, de forma que las ratas no tienen que preocuparse por buscar el sustento.

Pero la cosa tiene truco, porque las dos jaulas están electrificadas, cada una de una manera distinta.

La primera de las jaulas, la de la rata a la que vamos a llamar Poderosa, está electrificada de tal manera que, cada vez que la rata Poderosa se acerca al comedero, recibe una descarga eléctrica. La jaula de la otra rata, a la que llamaremos Mindundi, está electrificada de tal modo que la rata Mindundi puede ir y venir al comedero cuantas veces quiera, sin que la pase nada; pero cada vez que la rata Poderosa recibe una descarga, la rata Mindundi también la recibe.

Observen ustedes la situación: la rata Poderosa recibe una descarga cada vez que come, pero tiene en su mano decidir cuándo quiere recibir la descarga. La rata Poderosa sabe por qué recibe un choque eléctrico: por acercarse a comer.

Por el contrario, la pobre rata Mindundi no tiene ni la más mínima idea de lo que pasa: lo que ella observa es que, de cuando en cuando, sin venir a cuento, recibe una descarga eléctrica. La recibe porque en ese momento la otra rata, la Poderosa, ha decidido ir a comer, pero eso la rata Mindundi no lo sabe. Lo único que ella ve es que recibe descargas aleatorias, sobre las cuales no tiene ni el más mínimo control.

Cuando las ratas reciben una descarga eléctrica, su nivel de estrés aumenta, como es lógico. Pero los investigadores pudieron medir el estrés de cada rata y se encontraron con un resultado muy curioso: a pesar de que las dos ratas recibían el mismo número de descargas, la rata Mindundi siempre desarrollaba un nivel de estrés mucho mayor que la rata Poderosa.

La conclusión del estudio es muy clara: el estrés que desarrollas depende, por supuesto, de la cantidad de castigo que recibas, pero depende también del grado de control que tengas sobre tu destino. Si sabes cuándo vas a recibir el castigo y, sobre todo, si tienes en tu mano decidir el momento en que lo recibes, tu estrés será menor que si el castigo es para ti completamente aleatorio e imprevisible.

En otras palabras: estresa más el no entender lo que pasa o el sentirse impotente, que el propio castigo.

Como ya saben ustedes, el gobierno de Rajoy se ha sumado ya a calzón quitado a la hoja de ruta de rendición del estado ante ETA. Y ha procedido, escudándose con trampas en el Tribunal de Estrasburgo y valiéndose de la politizada Justicia española, a conceder una amnistía encubierta a los más sanguinarios etarras.

Y, de paso, no ha tenido inconveniente en permitir que salgan a la calla pederastas y violadores, alguno de ellos con 74 violaciones a sus espaldas, la mayoría de niñas.

Los españoles asistimos atónitos e indignados a este espectáculo dantesco en el que los asesinos salen triunfantes y las víctimas ven cómo es ETA la que ha ganado la partida, haciendo inútil la muerte de tantos españoles.

De repente nos encontramos, como la rata Mindundi del experimento, sometidos a castigos que ni entendemos, ni parecemos capaces de evitar. Y una furiosa sensación de desesperanza parece inundarnos a todos.

Porque creíamos haber entendido que para evitar el castigo bastaba votar a quien prometía hacer las cosas bien. Pero resulta que no: que los juegos del poder y del dinero son mucho más importantes que la Justicia, que el bienestar de los españoles, que la vida y, por supuesto, que las promesas electorales. Y aquellos que creíamos que venían a defendernos del castigo, se han sumado al coro de los que nos someten, día sí y día también, y sin que lo merezcamos, a las descargas eléctricas de la más repugnante injusticia.

Con Zapatero estábamos sometidos a estrés, pero creíamos entender de qué iba el juego. Ahora, nuestro estrés se ha multiplicado, porque ya no entendemos nada, no nos vemos capaces de controlar nada. Nos sentimos impotentes, sin saber de dónde nos vienen las tortas.

Pero déjenme decirles que no es verdad: no somos impotentes, sino que seguimos teniendo un importante grado de control sobre las cosas. Porque no es que las reglas del juego democrático en las que confiábamos fueran falsas, sino que hay alguien que ha hecho trampa y nos ha engañado de forma miserable. Pero la democracia sigue, y somos nosotros quienes seguimos teniendo el control de a quien votamos. Y podemos castigar nosotros a los tramposos y a todos los que colaboran por acción o por omisión con los tramposos.

Los ciudadanos somos ratas, sí, ratas sometidas a los experimentos de personas sin escrúpulos. Pero mientras tengamos la posibilidad de votar, seguiremos siendo la rata Poderosa, que al menos sabe que si recibe el castigo, es por haber cometido el error de votar a quien no debía, el error de ser demasiado ingenuo.

La ingenuidad es, afortunadamente, un error corregible. Y cuando nos enfrentemos a las urnas, empezando por las elecciones europeas, vamos a ser nosotros quienes tengamos la oportunidad de devolver el castigo a quien de forma tan injusta se ha comportado con los españoles y con las víctimas de todo tipo de delincuentes.

¡Ni un voto más a quienes son tan canallas como para poner en la calle a violadores, pederastas y terroristas, solo para seguir manejándonos con sus juegos de poder y de dinero!

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