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Un nuevo lenguaje político

En 1977, poco antes de la revolución sandinista, el gobierno nicaragüense abrió en Managua la primera escuela del país destinada a los sordomudos. Tres años después se inauguraba en la misma ciudad una segunda escuela, y de ese modo empezaron a cursar estudios unos cuatrocientos niños de diversas edades.

Antes de eso, los niños sordomudos no habían contado en Nicaragua con ningún tipo de apoyo social, por lo que su grado de alfabetización era nulo. Inicialmente, los profesores intentaron enseñar a los niños el idioma español, centrándose en la lectura de labios y en la utilización de signos para las letras del alfabeto. Pero aquellos niños se mostraban incapaces de entender siquiera el propio concepto de palabra.

Sin embargo, para sorpresa de los maestros, los alumnos comenzaron a desarrollar su propio lenguaje de signos. Hasta entonces, esos niños sordomudos apenas habían tenido oportunidad de interaccionar con otros como ellos. Pero al verse juntos día tras día en aquellas escuelas, en muy pocos años crearon y perfeccionaron de forma completamente espontánea el que hoy se conoce con el nombre de Idioma de Señas de Nicaragua, un idioma complejo con sus propias reglas gramaticales y sus concordancias verbales.

Inicialmente, los profesores eran incapaces de entender a los niños, por lo que se solicitó ayuda de personal especializado. Y de ese modo, y por primera vez en la Historia, los lingüistas pudieron contemplar en directo, y documentar, el nacimiento y evolución de un nuevo lenguaje. Hoy en día, el Idioma de Señas de Nicaragua cuenta con reconocimiento legal en aquel país.

Si uno se fija en la actualidad política, lo que salta inmediatamente a la vista es que existe un grave problema de comunicación. La clase política ha estado tantos años metida en su propio mundo, que hay una desconexión completa entre el lenguaje que habla el ciudadano y lo que Amando de Miguel denomina, con razón, "politiqués". Fíjense en las palabras de un Rubalcaba, o de un Rajoy, o de un Artur Mas. ¿Alguien entiende lo que dicen, lo que piensan, lo que pretenden? Parece como si vivieran en un mundo virtual, en el que no existiera ninguna relación entre las palabras y los hechos, ni entre unas palabras y otras. Quizá el mejor ejemplo de este caos semántico sean los ridículos malabarismos lingüísticos en torno al referéndum catalán, en el que cada matiz contradice el anterior, en el que se juega con las palabras con el fin de colar hechos consumados, y en el que hemos visto ya cómo se pueden montar escisiones en un partido porque una parte del mismo quiere apoyar un referéndum de independencia con el teórico fin de votar en contra de una independencia que, de todos modos, sería imposible si no se convocara ese referéndum. Esquizofrenia total.

Hace mucho tiempo que la gente de la calle dejó de entender a los políticos de los principales partidos. Y hasta ahora eso no se había convertido en un problema, porque eran los políticos los que marcaban la agenda informativa. Pero el desarrollo de Internet y de las redes sociales ha cambiado el panorama. Ahora la gente puede informarse e interaccionar al margen de los circuitos habituales.

Y lo que ha emergido es un nuevo lenguaje político, con verdadero anclaje en la realidad y mucho más pegado al terreno. Un lenguaje en el que la gente puede asociar cada enunciado con sus propios conceptos intuitivos de Bien y de Mal. Un lenguaje en el que existe una correspondencia más o menos clara entre lo que se dice y los problemas reales de la gente.

Si personajes como Albert Rivera o como Pablo Iglesias conectan con la gente, no es por lo que dicen, sino porque al menos se entiende lo que dicen. Al menos hablan en términos que resultan comprensibles para un ciudadano normal y que un ciudadano normal puede poner en relación con sus problemas cotidianos. Por el contrario, los políticos de la Casta pueden estar hablando horas sin que los demás seamos capaces de entender qué demonios han querido decir.

En el PSOE debaten estos días sobre a quién elegir secretario general, y si ustedes escuchan a los distintos candidatos, podrán darse cuenta de que ninguno de ellos ha aprendido la lección del pasado 25-M. Siguen hablando de sus cosas, de sus luchas de poder, de asuntos teóricos y organizativos que a nadie le importan un bledo... y siguen sin dedicar un minuto a los problemas y a los sentimientos de la gente normal. El uno, Madina, recurriendo a frases huecas como lo del "shock de modernidad" y haciendo equilibrismos lingüísticos con el tema del referéndum en Cataluña. El otro, Pedro Sánchez, hablando del "cambio con cabeza", compitiendo con Madina en vaciedades. El tercero, Sotillos, empeñado en hablar de república en un país con 6 millones de parados, como si la república viniera, como los niños, con un pan bajo el brazo. Y el último, Pérez Tapias, encomendándose al "estado plurinacional", como si con eso pudieran los votantes socialistas pagar la factura del supermercado.

Mientras tanto, un Albert Rivera habla de respetar sentencias, un Toni Cantó se moja por la custodia compartida o un Pablo Iglesias le restriega en la cara los desahucios a los partidos de la Casta.

¿Se dan ustedes cuenta de dónde está el problema? Los partidos viejunos (porque en el PP o CiU pasa lo mismo que en el PSOE) no se han dado cuenta de que los ciudadanos han desarrollado ya su propio lenguaje político, que simplemente recupera el sentido común existente en la calle. No se han dado cuenta de que los ciudadanos hablan ya entre ellos en otro idioma político, que nada tiene que ver con los conceptos ridículos que la Casta maneja.

Y en cierto modo, está bien que así sea. Cuanto más tiempo tarden los partidos de la Casta en asimilar que el lenguaje ha cambiado, más se ampliará la brecha entre ellos y la ciudadanía, y antes nos podremos librar de esos partidos caducos, para construir una democracia un poco menos imperfecta.

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