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Ginebra, el placer de lo tranquilo

Pocas ciudades transmiten el sentimiento relajante y pacífico que da Ginebra, o al menos pocas ciudades con el interés que tiene la conocida urbe suiza, que capaz de tranquilizarnos y nos aquieta pero desde luego no nos aburre (el aburrimiento puede ser un camino al relax, pero es una vía muy poco recomendable).

¿Por qué resulta Ginebra un tanto balsámica? Desde luego no por su tráfico más bien cargado y bastante cargante, pero quizá sí por las tranquilas calles de la Ciudad Vieja, casi sin coches en sus empinadas cuestas; o quizá por la sensación de eficacia y funcionamiento perfecto de prácticamente todo a lo que nos acerquemos: preciso, limpio y exacto como un reloj suizo, y perdónenme la imagen tan manida.

Y desde luego, algo que sin duda sí tiene mucho que ver es la presencia del Lago Lemán, esa bellísima capa de agua que es como una enorme vía de escape para la vista: basta posar nuestros ojos sobre él para que nos tranquilicemos, nos relajemos y o nos sentemos o, al menos, bajemos un par de velocidades en nuestra marcha.

El encanto de la Ciudad Vieja

Siendo quizá algo menos conocida que las orillas del lago, probablemente la zona de Ginebra que más les sorprenderá es la deliciosa Ciudad Vieja: el remolino de calles que rodean la catedral, colgadas en una colina de generosas cuestas, casi las únicas de Ginebra, por cierto.

Incluso allí, en la parte más antigua de la ciudad, las casas suelen ser espléndidas y las calles respiran bienestar y confort económico, además de la serenidad que parece bañar toda la ciudad, no exenta de cierta actividad ociosa: la plaza del Bourg – de – Four, por ejemplo, es el lugar idóneo para tomarse un refrigerio antes de visitar la interesante Catedral.

Una visita, por cierto, que nos llevará por tres niveles: el del propio templo, de un austero gótico a pesar de su portada neoclásica; el de las torres y sus espléndidas vistas sobre toda Ginebra; y el de su subsuelo, donde están abiertas unas excavaciones arqueológicas que nos llevan hasta la primitiva Ginebra romana, con espectaculares mosaicos y todo.

Pasear junto al lago

Otro de los atractivos de Ginebra es, sin duda, los paseos que se pueden dar por la orilla del Lemán, una zona rodeada de jardines, con bellísimas vistas del inmenso lago y con hermosos edificios históricos coronados por los anuncios de neón de las grandes firmas de relojería, un conjunto que en cualquier otro lugar seria inconcebible pero que resulta una estampa encantadora en Ginebra.

Y sin olvidar el "Chorro de Agua", la sencilla pero enorme fuente (alcanza los 140 metros de altura) que nació como un desagüe del sistema de aguas de la ciudad y ha acabado por convertirse en uno de sus emblemas turísticos oficiales.

Nuestro paseo puede terminar en uno de los barcos que nos llevan a recorrer parte del lago (pero de eso hablaremos otro día) o en los populares Baños de Paquis, situados en mitad del lago (aprovechando uno de los espigones que protege el puerto) y que son uno de los lugares peculiares de la ciudad: hay masajes y baños de vapor a precios populares, un restaurante de lo más económico (y que sería ideal de no utilizar tanto cilantro) y piscinas naturales para que los más valientes se sumerjan en las frías aguas del Lemán.

Todo con unas vistas fantásticas de la ciudad y con una estética un tanto decadente pero realmente con mucho encanto: es prácticamente lo único de la ciudad que no parece de lujo y quizá en eso precisamente está su gracia.

Severa y religiosa

La ciudad es también severa y religiosa, profundamente calvinista todavía aunque la llegada de inmigrantes y trabajadores foráneos de organizaciones internacionales haya atemperado un poco este carácter.

Para que se hagan una idea les cuento una anécdota: hasta hace pocos años la ley prohibía a los restaurantes que los transeúntes pudiesen ver desde el exterior a los clientes comiendo, así que todos tenían cortinas en sus ventanas. Afortunadamente, hoy es posible comer con luz natural... aunque sea corriendo el riesgo de ser visto.

Esta severidad se puede casi paladear en otro de los principales monumentos de Ginebra: el Muro de los Reformadores, dedicado a personajes como Guillermo Farel, Teodoro de Bèze, John Knox y, por supuesto, el propio Calvino.

Una gran pared de color blanco con las figuras de los líderes religiosos sobre ella, con un aspecto poco amigable pero impresionante: desde luego se les presenta como grandes hombres... pero muy calvinistas, oiga.

Eso sí, el Muro está en el delicioso y tranquilo Parc des Bastions, así que pese a los esfuerzos de los artistas que lo hicieron para inquietarnos saldremos de allí como de Ginebra: relajados, lentamente, a gusto...

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comentarios
1 Erbilyos, día

"...probablemente la zona de Bruselas que más les sorprenderá es la deliciosa Ciudad Vieja" Vaya lapsus. Para los aficionados a la literatura, no puede faltar una visita a la tumba de Borges, aunque no es necesario orinar ante su tumba como hizo Eduardo Labarca (bueno, en realidad no estaba orinando, solo lo fingía con ayuda de una botella de agua).

2 LeonAnto, día

Ginebra la menos suiza de las ciudades de la Confederación Helvética.

3 yang, día

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