La carestía de la vivienda fue, junto con la guerra de Irak y el hundimiento del Prestige, una de las principales puntas de lanza de la oposición socialista en el bienio de la demagogia. Decían que, por culpa del PP, los precios estaban disparados, que los jóvenes no podían ni soñar con comprarse una casa y que la especulación hacía su agosto a costa de los pobres trabajadores. De eso, claro, ya no se acuerda, pero la realidad es tozuda. De Irak huimos precipitadamente para regalar un brillante titular a El País. Lo del Prestige lo siguen agitando de tanto en tanto, especialmente en Galicia donde acaban de hacerse con el poder. Frenar el alza en el precio de la vivienda, sin embargo, no está a su alcance. La demanda continúa siendo muy alta y no se ha tocado ni una coma de la nociva Ley del suelo, responsable, en última instancia, de que los pisos estén por las nubes.

El Observatorio Joven de Vivienda, un armatoste que no sabemos aún para que sirve pero que, de seguro, sirve de cobijo a buen número de burócratas improductivos, acaba de recordar que, durante el último año, el esfuerzo que han de dedicar los jóvenes para comprarse un piso se ha elevado en 11 puntos porcentuales. Los jóvenes tienen que asignar nada menos que un 52,3% de su sueldo mensual para poder pagarlo. Más de la mitad. Si el joven en cuestión tiene, además, la desventura de vivir en Madrid tendrá que destinar el 70% de sus ingresos a la adquisición de la vivienda, es decir, 7 de cada 10 euros que gana con el sudor de su frente. Y todo para un piso que no llega de promedio a los 58 metros cuadrados. No, si al final la ministra Apretujillo va a tener razón, tan sólo se le olvidó remarcar que la caja de zapatos iba a salir por un ojo de la cara.