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¿Perdonaría usted unos cuernos virtuales?

Señores,

Second Life es un juego en línea sin más objetivo que vegetar en él, un poco como la vida real. En Second Life, la gente puede ser como quiere ser, adoptar el aspecto que desee, y pasearse por un entorno cuyos límites sólo existen en la mente humana y en algunas leyes físicas y económicas básicas. Debo reconocer que durante un tiempo me fascinó Second Life. Incomprensiblemente, se ha creado en él un universo paralelo en el que la gente compra y vende casas y enseres imaginarios, ofrece productos y servicios intanglibles, y fornica y se enamora virtualmente con inusitado desenfreno. Este mundo tiene dieciséis millones de habitantes que aparentemente encuentran cómodo y razonable pasar horas al día siendo un ente imaginario que interactúa con entes inventados en un sitio que ni siquiera existe. El hecho de que el planeta Tierra, con seis mil quinientos millones gane por aplastante mayoría a Second Life me resulta reconfortante. Si todavía no ha probado Second Life, le invito a que lo pruebe. Se maravillará por sus extravagantes edificios, sus mujeres espectaculares, sus fiestas sin fin, sus barrocos casinos, sus caprichosos vehículos, sus excéntricos vestuarios, sus infinitos centros comerciales, sus utópicos planteamientos. En second Life la vida germina con más fuerza y más variedad que en la tierra más fértil. Se asombrará de encontrarse hablando de fútbol con un diablo coreano y un peluche holandés, o de estar bailando durante horas con una rubia neumática, un gremlim azul turquesa y un enano superdotado. Y cuando encuentre con gran facilidad a una mujer o a un hombre de atractivo infinito dispuest@ a ejecutar un script mediante el cual sus caderas se moverán rítmicamente al mismo tiempo en una mazmorra de aparente cartón piedra cibernético, recuerde que posiblemente sea en la vida real el Falete de Guatemala.

El éxito de Second Life se puede explicar por dos motivos: El más evidente es que permite al ciudadano medio, que arrastra como una bola de presidiario un cuerpo que no le gusta y una vida que detesta, volar gratis al mundo de la fantasía. Second Life permite por lo tanto vivir una película en la que uno mismo es el protagonista. La fantasía es un fenómeno de una crucial importancia en el ser humano: desde un punto de vista evolutivo permite al niño establecer unas bases cognitivas sólidas que le posibilitan conocer su entorno y su cuerpo o huir de una realidad que no es confortable; pero desde un punto de vista instrumental, la fantasía actúa en el adulto del mismo modo que el sueño o el descanso reparador, dando unos instantes sabáticos al cerebro de su aversiva rutina diaria. Al igual que los sueños, las fantasías nos permiten durante la vigilia disfrutar gratis de cosas que sabemos no podremos alcanzar jamás. El segundo motivo que creo que explica el éxito de Second Life, es que aporta a Internet una característica olvidada en la red, pero que creo que será imprescindible en el futuro: la tridimensionalidad. Quizá hasta ahora no se había considerado una forma de navegación razonable el proporcionar profundidad las páginas, pero ¿no cree que resultaría más lógico y cómodo e intuitivo comprar en una tienda online que tuviera el aspecto de una tienda y no de un catálogo?. En el esfuerzo del ser humano por conquistar el gélido páramo de los ceros y unos que todavía estamos intentando colonizar tímidamente, del mundo de las tres dimensiones es todavía una tierra vírgen.

 

¿Es real la irrealidad?

Amy y David son el claro ejemplo de que el mundo de la fantasía es insuficiente, y que la gente necesita tocar, oler, saborear y ver la realidad. Amy Taylor, de 28 años y David Pollard, de 40, se conocieron a través de Second Life. El teletipo de Efe, con la frialdad típica de los teletipos, no dice qué aspecto tenían sus avatares, tal vez él era un gigantesco luchador de sumo y ella una frágil bailarina de ballet clásico, o él una bailarina de ballet clásico y ella un luchador de sumo. Pero un buen día no soportaron más no poder olerse, no poder acurrucarse bajo una manta, no poder enttrelazar los dedos como plantas carnívoras o no poder mirarse en la tinta de los ojos, y dieron el paso y se conocieron en la vida real. Inesperadamente, se gustaron y se casaron. Esta es, en apariencia, una historia normal, de las que ya ni siquiera llaman la atención en El Diario de Patricia. El problema viene cuando Amy, un buen día, llega a casa y se encuentra a David copulando virtualmente con una prostituta melosa de Second Life. Esto provoca una catástrofe en el matrimonio Pollard, dado que Amy tira del hilo y descubre, tras contratar a un detective (virtual) que David está enamorado (virtualmente) en secreto de la proyección imaginaria de la ramera (quien, por otro lado, podría perfectamente ser un señor de Covarrubias con halitosis o un escuálido chino agazapado en un taller ilegal de costura de Bristol). Despechada, Amy decide emprender un largo y oneroso divorcio, y hoy es la ex-mujer de un David desorientado y desconcertado, a quien el refugio de la fantasía ha dado y arrebatado una familia de la noche a la mañana.

La realidad de la irrealidad, lo difuso de la frontera que separa lo imaginario de lo tangible, es uno de los asuntos que más ha preocupado a la psicología a lo largo de los años. Que la imaginación es un potente analgésico, excitante o afrodisíaco no es nuevo. Hay gente que se imagina que no le duele caminar por las brasas y no le duele. Hay personas con fobias que son desensibilizadas únicamente imaginando que se aproximan a la fuente de su fobia. Hay personas que se excitan sexualmente más cerrando los ojos que abriéndolos. Hasta el momento no es delito imaginar, de hecho, no parece que sea gran cosa. No obstante, Internet es el reino de las ideas, y hay muchas cosas que no tienen un correlato físico evidente (como el insulto en un foro, la exhibición de un vídeo indecoroso o el espionaje de emails) que constituyen un delito mental con repercusión real. A medida que la implicación emocional del sujeto con Internet crezca -no sólo en volumen, sino en variedad de formas en que se puede implicar-, tendremos que acostumbrarnos a que nuestras acciones en la irrealidad del universo digital tengan repercusiones inevitables en nuestra vida real.

¿Los cuernos imaginarios son cuernos reales?. Me intriga conocer su parecer al respecto.

Virtualmente,

Fabián, su Chico Corneado

Fabián C. Barrio es Rey Mago en paro

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5
comentarios
1 Barbarel, día

Felicidades por el blog, ¿Para cuando un especial horteradas USB?

2 vikinga, día

Si los cuernos imaginarios son cuernos reales, somos todos unos cornudos de campeonato. Da lo mismo imaginártelo que tener un muñeqito en el Second Life. Creo que la tal Amy se lo ha tomado muy a pecho, porque ¿se enamoró del personaje real o de un personaje imaginario que el había creado y que se pirra por las prostitutas, cuando en la vida real es un santo fiel? No sé, Amy debería recapacitar.

3 Pablo1, día

Second Life no es más que un chat. Sí: brutal, tridimensional, espectacular, totalmente interactivo...pero un chat al fin y al cabo. Y todos sabemos que, dentro de los chats, cabe lo mejor y lo peor. En cuanto a los cuernos virtuales, creo que habría que establecer dónde colocar el límite. Por ejemplo:¿quién no ha ido por la calle, y se ha encontrado a una mujer preciosa que, siquiera por unos momentos, ha sido protagonista de recónditas fantasías? Y eso no dejan de ser unos "cuernos virtuales", ¿no? Creo que el problema estriba más bien en si se permite que esa "fantasía" se adueñe de ti. Si, tras cruzarte a la preciosa mujer en el Metro, te pasas las horas del día dedicado a imaginar las escenas más románticas, morbosas, escabrosas o eróticas a su lado, y descuidas lo que es REAL..entonces sí creo que tienes un problema.

4 Donatien, día

brillante, como todo lo que escribe, don Fabian. Yo creo que Amy se ha divrciado porque temia que su marido quedara en la vida real con la otra. si mi mujer flirteara con un avatar, me haría gracia, no creo que sean cuernos: como dice usted, el mundo de la imaginacion es incluso terapeutico.

5 ZuperPro, día

Los límites de la realidad los establece la cantidad de información que de forma consciente seamos capaces de procesar. Algún día, y si seguimos evolucionando hacia la interconexión global de los seres de nuestra especie, no podremos ni tan siquiera tener fantasías sexuales que llevarnos al cuarto de baño. Probablemente constituyan motivo suficiente de divorcio, en cuanto se invente un procesador de ondas cerebrales que demuestre que él o ella no nos tienen precisamente en sus pensamientos a la hora de consumar. Enhorabuena por el artículo.