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Resident Evil: Ultratumba 3D: Tridimensionales trocitos de nada

Resident Evil: Ultratumba 3D es la cuarta entrega de la serie de adaptaciones cinematográficas del videojuego homónimo de Capcom, protagonizadas todas ellas por la ucraniana Milla Jovovich. En esta ocasión, los supuestos atractivos de la cinta son el regreso tras las cámaras de Paul W.S.Anderson, realizador de la primera entrega (y guionista de todas ellas) y el 3D de las cámaras ultratecnológicas de James Cameron, como insiste machaconamente la publicidad.

Aunque quien esperara un mínimo de rigor cinematográfico en un filme de Anderson a estas alturas, es que anda bastante despistado. Éste, que parecía que iba a reformarse en la infravalorada Horizonte final (y han pasado ya algunos años desde aquello) no acostumbra a cuidar los guiones ni las interpretaciones de sus filmes, algo que se nota cada vez que los actores de esta Resident Evil hablan o escuchan. Eso convierte esta cuarta entrega en una película soberanamente aburrida cada vez que no hay cristales que romper o personajes que liquidar, algo que sucede durante toda la sección central de la cinta, y es que no nos encontramos, ni de lejos, ante una superproducción. Estoy seguro, en definitiva, de que hay más material narrativo y más chicha en cualquiera de los videojuegos de la franquicia.

Porque eso es lo que es precisamente Resident Evil: Ultratumba. Una pieza más de un mecanismo industrial del cual la película es sólo una parte, ya que incluye videojuegos, cómics y novelas varias. El único reclamo para esta cuarta entrega cinematográfica son las tres dimensiones, utilizadas por Anderson para arrojar todo tipo de cuchillos e instrumentos cortantes hacia la platea, resaltando cada una de las poses de Jovovich y Ali Larter con una cansina cámara lenta. Hay que resaltar y reconocer la habilidad de Anderson (que por cierto, anda ahora filmando una versión de Los tres mosqueteros en 3D) a la hora de hacerlo, de planificar y ejecutar el cúmulo de disparates que ocurren durante esos dos o tres apañadísimos tiroteos que sustentan la pseudo-película, como ese que ocurre en las duchas del edificio, ciertamente espectacular y divertido. Además, la música de Tomandandy (Las colinas tienen ojos) es atmosférica y tiene ambiente, y casi se diría que es lo único que sostiene la función en algunos momentos.

Pero Anderson no tiene interés en ofrecer nada más que un poco de ruido, y su labor me parece que dista a años luz de otros filmes de carnaza que pueden ir con la cabeza bien alta, como la reciente Predators.

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